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viernes, 12 de octubre de 2012

Quiero que tú me apagues cuando sea el momento. OFF.

Las bielas que mantenían las piernas a carrera; el cascaron rígido y embarnizado con laca de estrellas. El motor infinito alimentado por una supernova.

Hacía más de uno que se agazapaba en una esquina del castillo para lamerse el óxido de las garras; aquellas garras de diamante que brillaban como faros cuando las golpeaba el sol en las mañanas; deslumbrando las lomas, reflejándose en los lagos como soles distorsionados y como antorchas cuando salía a estirarse en las tardes rojas. ¿Dónde había quedado su resplandor?

La lengua rasposa en vez que remover el óxido rallaba la armadura de oro que usaba como piel: envidiable, lujosa y autodestructiva. Amenazante vestido de un príncipe recién nacido hacia el mismo sol. A veces le costaba trabajo levantarse de su cama de paja para sacudirse el óxido que se aferraba a su melena: sacudía la cabeza enloquecidamente y después tragaba aire, la sacudía y luego sollozaba. Al verse imposibilitado.

Pasaba un mal día. Pasaba la mitad de la tarde roncando y la noche entera soñando que tenía alas de fuego; la impactante pintura que “autoretrataba” en sus sueños donde se veía sobrevolar las casas de paja que se incendiaban y se volvían negras; y después, desaparecían. Miraba con el ojo de un Dios hacia donde las personas corrían despavoridas tratando de evadir aquel ente que se lo comía todo; orgulloso, impactante y muchas veces presuntuoso lanza su rugido con acento sarcástico sobre la tierra que ya no era virgen; sobre la gente que ya no era virgen.

En el cementerio de las personas que se crucificaban para ser recogidas algún día por la mano poderosa de Dios el batía sus alas que, con un suave sonido abrasaba las cruces de los esclavos del deseo; arrasando con sus carnes mortales, sus ojos llorosos, sus dientes perforados por agujas y remendados a sus labios para no dejar escapar la verdad. Absortos en su agonía olvidaban aquellos detalles banales que fueron en su momento, el diamante macho que le ofrecieron al rey león. La bestia de metales y pistones soñaba que era un grifo mecánico alumbrado por el haz de un Dios que no podía ver.

Despertó.