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martes, 21 de julio de 2015

Allá, donde pensé que tenía el corazón. Cebollas rojas.

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Sí, yo lo maté. Hubiera querido matarlo de amor, pero no fue así. ¿Que por qué no fue así? No lo sé, solo él lo sabe y el secreto se lo llevó a la tumba.

Anoche él estaba viendo la tv, sí, me acuerdo muy bien. Estaba desparramado en el sillón, con los pies descalzados y la cara menos chapeada, se le notaba más tranquilo, más relajao; como en ese momento donde ya me dice “vente para acá”, y yo dejo lo que estoy haciendo y me siento a un lado – su lado. Y me abraza mientras me cuenta de qué trata la novela o lo que está mirando. O ya a veces solo me le pego y me abraza, hasta que me agarra el sueño. Pero hay que estar ahí.

Pero anoche así no fue, nomás él estaba en el sillón, esperando el aviso a que pasara ya a comer a la cocina. Que tenía que ser pronto, si es que no: ya. Pero yo andaba todo idiota en el baño, con la cara hecha un rompecabezas desbaratao.

Y es que esa noche, no sé qué le picó. A saber qué se le metió por la cabeza. Disque según yo andaba viéndome con alguien más. Qué sé yo. Pero cuando llegó a la casa –su casa ¿eh? Cuando gusten. Y no vio ni la mesa puesta ni ná para comer, me desmadró de un golpe, bueno, de uno y luego de otro.

Qué te pasa, le dije, ay no me pegues. Pero no me escuchaba. Como de mentira ¿no? De que entre dos hombres, uno de ellos ni se defienda, pero, cómo iba yo a defenderme en las condiciones en las que estoy. Bueno, me dijo hasta de lo que iba a morir, que no servía yo para ná.

Nada más me cubrí la cara y le dije, sí gordo, pero ya no me pegues. Luego se calmó, me maldijo un ratico más, y amenazó con partirme lo demás, si no había algo preparado a la voz de ya, pero yo estaba en el lavabo, les digo. Desangrándome y mirando mi medio reflejo en el agua roja; porque en el espejo era seguro que no me iba reconocer. Me palpé los ojos: sí, aún los tengo. Los dientes: toditos de milagro, todo el resto bien madreado.

¿Eh? Ah, sí, luego oí su voz, su bonita y bronca voz… ay, cómo extraño su voz. Me dijo ya tengo hambre, y yo le respondí –sin que se diera por enterado que había yo llorado: ya, ya voy.

Y me fui a la cocina.

A terminar de cortar las cebollas.

Pasando un rato él llegó bien cabreado, me dijo que no quería verme ahí nada más como adorno, que parecía tapia, que para eso él se rompía el lomo y yo como changuito cilíndrelo, pidiendo dinero nada más. Le dije sí, sí gordo, y mientras se sentaba le puse su plató con su tapa enfrente; y les juro que ya estaba por echarme para atrás, de solo sentir como me seguía con sus ojos de pistola. Le ayudé a ponerse la servilleta en el cuello de la camisa, mientras él se recogía las mangas. Le di la espalda y continué cortando mis cebollas.

Sé que alzó la tapa de su plato, porque si no la hubiera alzado no se habría dado cuenta que en vez de su esperada comida, había un montón de gasas, algodones con alcohol, y un frasco de thrombocid .

Azotó los cubierto, tiró de su cuello la servillata, y se aproximó a mí así bien enojaó, casi rojo.

En ese momento no sé qué tanta fue la fe que le tomé a las cebollas.

No recuerdo qué gritó antes de que me prendiera de los cabellos, creo que fue “Ah pero hasta payaso me salió el chamaco”, no sé; pero antes de que me pegara, agarré el cuchillo cebollero y se lo hundí, ahí, donde pensé que tenía el corazón. Se lo hundí hasta que mis dedos toparon con su camisa blanca. No gritó, solo dio un bostezo largo, y lentamente fue bajando las manos, pero sin quitarme sus ojos negros de encima. Me acuerdo que se tambaleó al intentar lanzarme un golpe, pero ya tan poca fuerza cargaba que solo alcanzó a rosarme la mejilla, como cuando me acariciaba. Ay, como recuerdo cuando se ponía romántico… después, solito llegó a sentarse de nuevo en la silla y ahí se quedó, mirándome un largo rato, hasta que parecía que lo hacía, pero ya no me miraba. Hubo un largo rato de silencio, antes de que me le acercara a sacarle el cuchillo; lavé el suelo, quité su plato y cubiertos, puesto que ya no iba a comer.

Y bueno, como ya no había otra cosa qué hacer, hasta que ustedes llegaran, me dedique a terminar lo que hacía antes de que mi gordo apareciera: cortar las cebollas.

jueves, 9 de julio de 2015

AMOROSAS PIRAÑAS. El sueño del pez gato.

 

 

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Paraa Rossy Toledo.

Pues yo te escribiré, yo te haré llorar.
Mi boca besará toda la ternura de tu acuario
-Spinetta- Los libros de la buena memoria -

Ella soñó conmigo, también con peces. Me lo dijo una tarde durante un paseo. Fue muy raro. Todos los sueños son raros. Bueno pues, te cuento. Estábamos en tu casa, en mi sueño era la primera vez que me llevabas. Ella ya conocía mi casa. Me diste un recorrido mientras me dijiste que tus padres se iban a separar. Mis padres se detestan pero no se van a separar, bueno, que yo sepa.
Había peceras, muchas, como en un acuario. No tenemos peces en casa y nunca hemos ido a un acuario. Un cuarto enorme lleno de ellas, con peces multicolores dentro, me dijiste que a tu mamá no le gustan los peces, que por eso se iban a separar.
A mi mamá no le gustan los gatos, los perros grandes ni mi papá, pero nunca me ha dicho nada de los peces. Estabas triste. Casi siempre suelo estar triste. ¿Y qué peces había? ¿Cómo?, No lo se, de todos los tipos supongo, ¿Por qué preguntas eso? No sé, curiosidad. Había de esos chiquitos que son fosforescentes y de esos como peces chinos. ¿Chinos? Si, si esos que parecen tener bigotes como de dragón. A ya, peces gato. No sé, supongo. Si, esos que siempre están al fondo de las peceras inmóviles, como medios muertos comiéndose la suciedad de los otros.
Eso suena muy triste. ¿Porque? Comer los desechos de los otros, eso me suena muy triste. Todos somos un poco así. Lo serás tú. Ríe. Por eso siempre estas triste. Soy un pez gato, está en mi naturaleza. Ya vas a empezar. ¿Empezar qué? Por eso no te cuento. No, sígueme contando. No dije y no insistas. Ella piensa que todo lo convierto en un problema. Anda, te escucho, vez no me puse triste.
Bueno pues, ¿En qué me quede? En los peces chinos. Así, pues había muchos peces pero no les puse mucha atención, me dijiste que se los iban a llevar.
¿A dónde o quién? No sé, ya no me dijiste porque en eso salimos de aquel cuarto y seguías triste y yo también. ¿Tu porque estabas triste? Cómo que porque, pues por lo que te pasaba. No te preocupes, soy como los gatos y siempre caigo de pie o floto. Ya vas de nuevo, ya no te cuento.
Ella piensa que todo lo vuelvo un problema, y tiene razón. Si, que pasa después. No, ahora si ya no. Eso sí me pone triste. Tu siempre estas triste. ¿Qué paso después? Nada, desperté. ¿Enserio? No. Yo siempre estoy triste.

 

Iván Landázuri