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jueves, 29 de enero de 2015

El taque de las hormigas.


No me di cuenta en qué momento apareció esa diminuta hormiga cerca de mi computador.
Leía un cuento sobre un sujeto que había perdido a su mujer; o más o menos eso trataba de hacer, pero de pronto me sentí perdido entre los “enrederos” personajes, la carencia de carácter que tiene un libro digital y la hormiga que, descaradamente caminaba con sus tantas patitas por el plástico del computador.
Subió por la espaciadora. Bajó. Subió por la eme y luego por la ele, la pe y luego regresó estúpidamente a la ele y al punto. Luego corrió como desquiciada hacia la eñe, el apostrofe, los corchetes el más menos y con un brinco casi olímpico llegó al Backspace. Pude haberla matado en ese instante, pero lo deje por la paz. Una insignificante hormiga no le hace daño a nadie, pensé. Regresé al cuento. Pero pronto pude ver que aquella desgraciada ya había bajado y ahora corría como demente por el escritorio. Se acercó a la sombra que daba mi taza leche. La contemplé por unos instantes más. Regresé a mi lectura. No me di cuenta, cuándo fue el preciso momento en que la hormiga subió por el vaso y parecía apropiarse de ella. Mi escritorio, mi leche, mi taza con letras “COFFEE COFFEE COFFEE” por todos lados. Me acerqué a ella suavemente y pude ver que ya estaba dentro, hurgando mi leche de soya. Movió sus antenitas de un lado a otro. y antes que se atreviera a probarla, la aplasté con mi dedo gordo. Acabado ese diminuto problema, proseguí a la lectura del cuento en el monitor: Personajes pendejos en situaciones pendejas. Antes de pasar al siguiente párrafo oh sorpresa mía: una segundera me espiaba detrás del monitor. La primera había dado la noticia: “Leche de soya. Repito. Leche de soya. En una taza café con letras COFFEE COFFEE COFFE por todos lados”. Quise matar a la nueva pero me di cuenta que no venía sola: era todo un grupo de reconocimiento liderada por aquella que me espiaba detrás del monitor. Mientras las demás daban vueltas esquizofrénicamente a su costado. Me alarmé por un instante pero luego acepte que sólo eran hormigas diminutas. Subieron a la taza fugazmente, dos de ellas investigaban la soya mientras dos más vigilaban. Una de ellas contemplaba el “COFFEE COFFEE COFFEE” por todos lados. Había quedado embellecida por ellas. Se fueron en un abrir y cerrar de mi mano. Me dispuse a tomar la leche. Y mientras miraba el monitor por en cima del borde de mis lentes, pude ver el horror de la organización animal. Detrás del vaso había más. La que me espiaba sólo era un señuelo para mí. No me di cuenta que del otro lado del monitor también comenzaba a formarse la guerrilla de hormigas. Bajé la tapa del computador con la boca abierta. La primera. Desgraciada. Fue ella la que dio aviso a las demás sobre la leche de soya. Se acercaron. Me acerqué. Venían por venganza, la soya y la taza café que decía “COFFE COFFE COFFE” por todos lados. Al diablo el cuento. Dejé la taza encima del computador. Me levanté y con la mano derecha me dispuse a abolir cualquier revolución en contra mía y mi taza de leche.
PLASH. Adiós. Sonreí victorioso mientras me limpiaba la mano de esos diminutos asaltantes. Me dirigí a beber triunfantemente mi deliciosa leche de soya, en mi hermosa taza café con el “COFFE COFFE COFFE” por todos lados. Malditas. Era una trampa. El verdadero ejecito ya se había apoderado de mi hermosa taza. Ay mi leche, ay mi taza. Pude contemplar la hecatombe que se acercaba: cientos de miles de hormigas desfilaba desde el techo, pasaba por detrás del computador y llegaba a mi taza de leche de soya. Pequeñísimas. Negras y unas con alitas. Unas se apoderaron del cable de alimentación del computador. Oh no. No había guardado unos textos para entregar el miércoles. Me tenían atrapado. Podían desconectarla y adiós trabajo. Me acerqué sigilosamente hacía el mouse y le di guardar. Ahora comenzaba la guerra. Tomé mi tenis del número cuatro y rápidamente salve mi secuestrada taza. Ellas atacaron, se lanzaron hacía a la taza, y las que estaban en ella subieron por mis manos. Lancé golpes de Converse contra la pared. Pero ahí me di cuenta que estaba perdido. Por mis pies descalzos la artillería terrestre ya invadía mis metatarsos y se camuflajeaba con mis vellos. Ay. La soya salió escurrida con los cadáveres de aquellas que chapotearon en el placer mi leche. La taza también voló. Se quebró en varios pedacitos derramando su blanca sangre. Su purísima sangre. Todos nos quedamos en silencio un momento. Su objetivo. El regalo que mi amado me había hecho la semana pasada. Ellas lamentaron por un instante la pérdida de sus compañeros. Desde la primera que descubrió el tesoro hasta las que habían muerto saboreando los placeres de mi taza. Ay mi leche, ay mi soya, mi taza, mi taza café que decía “COFFEE COFFEE COFFEE” por todos lados. La verdadera guerra había comenzado. Tomé mis tenis, mis sandalias y todo lo posiblemente arrojadizo y lo lancé en su contra. Ellas por su parte atacaron con todas su tropas, terrestres, aéreas, iban por sangre y sed de venganza al igual que yo.
Afuera. En la sala, no se oía la épica lucha.
Ataqué con todo lo que podía. Machaqué, aplasté, batí y revolví como un animal sediento de sangre. Me percate que ellas cada vez me superaban más por número. Ya poseían todo lo que les había arrojado. Malditas. Tuve que hacer maniobras de retirada y salir corriendo con el computador en mano. Sí. Había perdido una batalla, pero no la guerra. Me quedaba un as bajo la manga. El as que nunca me ha fallado. Mi torre de Babel, mi lanza de longimus: Llegué a la sala casi desnudo. En ella se oían explosiones, ametralladoras y quejidos de zombis por el Xbux.

Charly, Querido
Um.                                                                                              Tenemos que fumigar.

 

A.L