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sábado, 7 de marzo de 2015

Bajan, por favor.

 

Qué es lo único que queda de esta noche.
Esta noche.
Solo esta.
Sí, lo único que nos queda.

Los dos se besaron lentamente mientras uno le sembraba una mano en la mejilla.

T, se apartó, pegó su boca en la mejilla de O y se pausó por un lapso desconocido, y T se dejó transformarse en un objeto donde O solo podía poner su boca, sobre su afeitada mejilla.

Y qué pasará luego de esta noche.
Saber.
Y qué pasará si no hay más.
Pues no podremos hacer más.
¿No?
No se puede pelear contra fuerzas que uno no ve y no sabe cómo se mueven…
Deja de decir estupideces.
Sí.
Bésame.
Bésame tú.

Y al mirarse a los ojos, parsimoniosamente juntaron sus labios y se besaron con toda la tranquilidad que un microbús pueda ofrecer justo antes de que T haya bajado y desaparecido tras la puerta hidráulica y dejar solo a O junto a esa escasa gente que cobró vida luego de esos escasos segundos en que el mundo les valía una reverenda pisca de sal.

A.L

domingo, 1 de marzo de 2015

Entre amigos. El bum de un destello.



Carlos miró sus manos llenas de papeles.
De papeles que olían a manos de gente de quién sabe dónde, que olían a sangre. Papeles recortados, arrugados, pegados, remendados, sudados. Con la cara de no sé quién puta madre hombre muerto en guerra. Solo papeles.
Miró sus manos llenas de esos papeles.
Volvió el rostro hacía Gostavo Robles.
¿De verdad?
Sí.
Palpó, jugó, olió y contó cada uno de ellos con un asombro solo comparado al de los niños cuando experimentan la primera vez que ven algo flotando sobre el cielo.
Gostavo Robles se levantó llevándose el cenicero con la mano izquierda y continuó hablando mientras iba hacía la cocina a por una lata de algo: una de esas de color verde donde el rostro de una chica está sonriendo mientras letras estrambóticas rodean toda la circunferencia de ésta.
Ahí los tienes: todos los hemos juntado, cada uno de nosotros: desde el que te odia por haber tenido algo, hasta aquella que te detesta por haberlo dejado ir…
Y su voz se perdió en el sonido de sus pasos toscos hasta llegar a la silla; y volviéndose a sentar frente de él continuó.
Solo hazlo, hazlo antes de que ese “tarde” llegue y de verdad sea demasiado tarde. Y quemó la punta de un cigarro con otro cigarro casi acabado, soltó el humo y señaló a Carlos con un dedo.
Qué más falta.
Tengo miedo, pensó Carlos en voz alta y lo miró revolverse y perderse por entre las hileras de humo que se iban inflamando y luego desapareciendo para luego dejar ver el rostro cansado de Gostavo Robles Toledo. Tengo miedo de que ya sea demasiado tarde, y que cuando llegue ya solo quede… y en ese momento Carlos tragó saliva y le costó sacar las siguientes palabras de su garganta…una nada del todo por lo que había peleado.
Gostavo golpeó la mesa con la mano y el cenicero parecía ya volar y dejar caer en el rostro de Carlos las cenizas y colillas de cigarros, pero éste fue detenido por la gravedad y tan solo se elevó unos escasos milímetros y cayó. Miró fijamente a Carlos y luego sonrió, sonrió burlosamente y se hizo a un lado, reclinándose sobre la silla y bufó también con cierta burla. Dónde está ese hijo-puta que conocí en la facultad, replicó Hermes Gostavo Robles Toledo.
Hazlo, dijo nuevamente; y nuevamente fumó su cigarro y dejó escapar el humo.
En ese instante, justo en ese preciso momento, a Carlos se le prendió en los ojos una chispa de algo: algo de algo que comenzó a combustionar dentro de él: algo cuyos engranes no se habían movido durante un rato y que comenzaban a girar haciendo crac crac y sacando chispas: pensó: reaccionó: la habitación se iluminó y todos los electrodomésticos que se encontraban apagados comenzaron a moverse como si tuvieran vida: La licuadora comenzó a girar las aspas y el microondas activó su opción “descongelar pescado”. También una vieja plancha vintaje que fungía como adorno comenzó a calentar, justo en el momento en que Carlos (por una centésima de segundo) chispó. Y luego todo se apagó.
Gostavo se quedó completamente paralizado en la silla y miró con cierta parsimonia confusa a su alrededor, después su cigarro, al cual arrojó con espanto. Soltó el aire y sonrió hacía Carlos.
Carlos lo miró y también sonrió. Se levantó bruscamente, guardo los billetes en su bolsa, Gostavo lo miró desde si silla y buscó su cajetilla de cigarros: sacó uno y tanteó la mesa en busca del encendedor sin dejar la mirada a Carlos. Entonces, Carlos acercó su mano a la boca de Gostavo y al tronar de sus dedos, una llama pura y fina despertó de entre éstos y encendió su cigarro. Luego con un rápido movimiento de muñeca difuminó la llama en el aire.
Lo haré, dijo Carlos.
Gostavo Apartó al cigarro de su boca y con rostro de asombro miró por todos lados. Dijo con mayor asombro sí, un sí que hizo también con movimientos de cabeza. Sí, lo harás.
Carlos corrió al cuarto donde escondía sus cosas y recogió una mochila que desde el inicio ya estaba preparada: desde que entró a la casa de Gostavo. La tomó y se la llevó a los hombros. Gostavo continuaba fumando en la silla, y ahora miraba una fabulosa fotografía de donde él y Carlos aparecían de jóvenes: Gostavo con un overol de mezclilla y las manos llenas de pintura, y Carlos con un par de lentes de acetato gigantescos, una larga playera con el rostro borroso de kalho, y también con las manos llenas de pintura, detrás de ellos: el primer y único trabajo que realizaron juntos.
Se recargó en la silla y la contempló hasta que Carlos apareció y la cogió rápidamente, me la llevaré como recuerdo de recuerdo, como recuerdo de que nada es para siempre y todo puede suceder. Gostavo solo pudo decir rodeado de esa capa protectora de humo blanco: ve por tu hombre muchachote. Y antes de salir por la puerta, Carlos guiñó el ojo derecho, y el fabuloso destello de energía, de nuevo activó todo por un segundo; incluso las luces parpadearon con fuerza y un temblor de sorpresa invadió a Gostavo por un instante.
Y Carlos desapareció por la puerta.
Daniela José entró confundida súbitamente por la puerta de donde salió Carlos, y preguntó a dónde va Carlos, Gostavo peló una sonrisa y dijo, va a recuperar al hombre de su vida.
Oh, al fin lograste animarlo querido, y yo que había traído su platillo favorito.
Sí. Qué trajiste para la merienda ¿Remolachas con patatas?
Y Gostavo apagó el microondas locuaz y comenzó a hurgar la bosa de mandado que Daniela José apenas colocaba sobre la mesa de cocina.
A.L