Muchos pensamos que, un fin de año es como una nueva oportunidad de hacer las cosas de distinta manera. Pero la verdad es que, la monotonía que envuelve ese ritual para cerrar el año viejo y darle la “bienvenida” al que le sigue es el ejemplo claro de que las cosas siguen y seguirán estando tal y como las dejamos hundidas en esos restos de pollo asado con pasta de frijol y sobre el plato desechable.
Una camisa nueva – quise y me di el lujo de integrarme a ese ritual. Para el comienzo de un año nuevo; tenía la esperanza de que esta vez, la ciencia que, a mis 25 años conozco y me baso muchas veces para crear mis historias de fantasía, está vez, fallará. Que por alguna razón regresara ese sopor que a me invadía a los 10 años, ese nervio por ver qué le iba a pasar al planeta cuando el reloj de la tv nos anunciara que el legendario y catastrófico año 2000 había comenzado. Quería ver de nuevo a toda la familia peleando por un asiento en la sala, aburrirme con los sermones de tías, tíos y abuelos sobre el cómo y el por qué debo de ser una “gran persona”, salir con mi hermano a quemar cuetes y descubrir el porque a esa edad me encantan en especial aquellos que sacan luces, argumentar que son maravilloso y mágicos.
Para mi pena, la ciencia me fallo esta vez, no fallando. Me hundí en un terrenal y monótona cena donde, los argumentos de varias personas hacían, de un modo herir los sentimiento aflorados de uno y de otro más, claro está y no lo voy a negar, esa hambruna que cargaba conmigo desde las seis de la tarde había provocado que cada mordida de bolillo, cada cucharazo de pasta de frijol y cada sorbo de ponche fueran sin duda, una gloria. Me deje llevar por las charlas sobre el destino poco prometedor de mi primo de 17 años; a la cual agregue sólo en el pensamiento “este niño va que vuela para ser un pobre diablo o un pobre diablo”. No quise entrar en más detalle pues al cuarto sorbo de ése BOONES con ponche, comencé a formularme las siguientes preguntas: ¿Estoy madurando? ¿Me estoy volviendo viejo?
12:10 am del primero de enero del nuevo año y mi querida tía comenzó con el siguiente ritual, lanzar lentejas con el fin de atraer el dinero y la abundancia a nuestra vida; y ahora que analizo eso; bien pudieron haber servido ese medio kilo de lentejas para completar el caldo que tengo en mi refrigerador. Pero sin más remedio que la tradición: me vi envuelto por un par de segundos, una lluvia de papilionáceas sorteándome por entre las manos de la familia para lograr atrapara parte de mi destino prometedor y lograr un bienestar económico para este nuevo año. Sin darme cuenta de cuándo termino mi delicioso plato de pollo asado en una bolsa negra, me dispuse a ver cómo alumbraban la calle con el fuego del muñeco del año viejo, escuché de pronto: “recuerda Carlos que tienes que ponerle en una hoja todo aquello que quieres que se valla y que no se repita en este nuevo año”. Lo dijo alguien que corría para ser el primero en colocar su vasta petición de rechazo hacia la vida. Yo, por mi parte cogí una hoja roja y una pluma y sin más que agregar, me adivine a mí mismo lo que cualquier persona pediría:
+ Dolor
+ Enfermedades
+ VIH
+Cáncer
+ Trabajamos mal remunerados.
Supuse que era lo que todos pedirían que se fueran de la vida de uno ¿no? Entre el festejo de mi primo con sus cuetes yo me refugiaba los oídos para no ser sorprendido por esos malévolos “cuetones” “palomitas” “pies de elefante”. Razonando, me doy cuenta que no es que encuentre maravillosos y mágicos los cuetes que sólo sacan luz, sino que, soy demasiado cobarde o gay para sortearme la vida misma en esa llamada de truenos y chasquidos que a mis tías y a mí nos parecía “brutal”. Entre tanto tronidos y bailes madrúgales, me decidí en consumir lentamente mis 12 uvas y adquirí el derecho a 12 deseos que no podrás volver a pedir hasta dentro de otro año. Comprendí que, mientras masticaba y pensaba, aquellos deseos han ido, de cierta manera, evolucionando: cuando antes pedía carros de control o artefactos que veía por tv, los cambiaba por poder terminar mi novela y poder encontrar la cura al VIH; entre tantos deseos de bienestar a mi familia y amigos, olvide pedir a una de esas “poderosas uvas” el que me consiguieran un marido o un novio, de esos empalagosos y que pasan a recogerte al trabajo en una motocicleta con sus bíceps surcando el sol; también pedí un poco más de cabello, pues, cada día parece que este se va de mí al igual que los hombres que conozco por el MANHUNT.
En fin; el ritual de año nuevo culmino para mí a las 12:45 ganandome los abrazos y besos de mi familia, la esperanza de que mañana es un mañana común y corriente y claro está, un mareo al aparecer provocado por ese boones de durazno con ponche.
Feliz 2014.
A.L