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miércoles, 30 de abril de 2014

¿Sabías que las olas van pero no vienen?

 

¿Sabías que las olas van pero no vienen?
No sé a qué te refieres con eso.
Ni yo lo sé, a veces digo cosas sin sentido, como dicen ellos; pero yo creo que…
Creo qué son bonitas.
¿Las olas?
No. Lo que tú dices.

El sonido del mar atravesaba la delicada capa invisible de viento que había alrededor de un todo; se podía oír a los jóvenes gritar de alegría y euforia al ver como algo tan simple les podía causar un asombro de esa magnitud. No lo decían. Pero el sonido que producían las olas, les entraba de una manera diferente a mí y causaba un efecto que no se podía comprar de ningún modo. Aún así. Les gustaba.

Era de tarde, por ahí de las cinco o seis y el sol brillaba tenuemente mostrándose en el horizonte: Rodeado de gente y gritos de felicidad.

¿Y por qué no entras al mar?
No es lo mío. No, definitivamente.
Entonces. ¿Qué haces aquí? Sentado a la orilla y mirándolo con tanta admiración. Hasta sonríes.
Tal vez es porque estoy siendo engañado por mis amigos, y no me importa. No sé. Siempre, cada verano llegan a casa con la excusa de venir a verme y saber cómo estoy; se la pasan unas horas platicándome de cómo es el mundo ahí donde estás y luego se desaparecen todo el resto del día. Se van a la playa, al mar, llegan todos cansados; a veces ebrios. Llegan preguntando por qué no fui con ellos y luego se caen en el suelo y duermen hasta el amanecer. No puedo evitar sentirme agitado por su comportamiento pero, qué puedo hacer: son los únicos que tengo, y oírlos venir una vez al año y reír con los viejos recuerdos de la escuela me hacen pensar que todavía estamos ahí. Pausados.

No oí nada por un momento más que el mar. Y luego por vez primera escuche como reías.

Y los míos decían que yo hablaba mucho.
¿Por qué dicen eso?
Yo qué sé. Lo hacen; pero como tú mismo lo dices: son los únicos que tengo y qué le puedo hacer. Pero es así. Así que no es lo tuyo eso del mar.
No.
¿Y entonces por qué lo contemplas con tanta admiración? Tanta que no volteas a verme cuando hablo.
Porque sé que estás a un lado mío, porque sé que estás todavía mojado y porqué también sé que estás aquí por el sonido de tu voz. Además no veo el mar, veo el sol. Por eso los lentes negros. Oye ¿Qué hora es?
Tal vez las cinco o seis, no estoy seguro; pero está cayendo el sol.
¿Y cómo lo vez? Dime, ¿Cómo lo vez con tus ojos de poeta?

Puse sentir en ese momento como relajabas tu cuerpo y apoyabas tus manos en la arena. Supe también que, por el impacto no llegabas a tener más de 1.70 de altura y que por el sombre nombre que te gritaban tus amigos no estabas gordo.

No sé, sólo veo qué cae. Se pone lentamente más rojo cada vez, y si puedes ver ahí, cerca de las rocas que están ya negras; en el cielo se va dejando él, raspado, ahí entre las escasas nubes. Mira, ya se sumergió más en el mar, pronto será poco menos de la mitad.
¿Y crees que haya luz?
Sí, siempre la hay. Se va cuando pasan de las siete y el sol ya se hundió casi por completo. ¿Enserio no quieres entrar al mar?
No, estoy bien aquí. ¿Entonces por qué llevas traje de baño y esa delgada playera? Quítatela y vamos a mojarnos un poco.
Llevo el traje de baño porque estamos en una playa y la playera porque me gusta usarlas.
Entonces. Por qué vives aquí.

Valla que hablabas mucho; pero eso no me importaba; comencé a adorar tu voz desde el primer instante que la escuché. Justo cuando me enteré que un amigo mío de la ciudad coincidía con uno tuyo y nos presentó. Desde que te tendí lentamente la mano y tú me la apretaste con tanta fuerza que creí que estaba frente a un regordete sujeto que seguramente terminaría en una pésima cita a ciegas. Pero no fue así.

Estoy aquí porque mi madre me trajo; porque el ambiente es menos dañino que el de la ciudad y porque pensaba ella que aquí estaría mejor. Hace ya como…
Como cuatro años. Eso me dijo Santiago. Me dijo que tenía ya cuatro veranos que venía a visitarte y que este no sería la excepción.
Jodido Santiago; ese cabrón siempre ha sido así.

Te comenzaste a secar mientras me dabas tu perspectiva de cómo era la ciudad para ti. Puse una meticulosa atención en escuchar como la toalla pasaba por tus brazos y la rasgaba suavemente, jugaba con tu traje de baño y luego subía por los vellos de tu estomago y pasaba por tú cara. Ahí me perdí. No puede divisar tu rostro. Volteé hacía ti para que me miraras y robarte un beso, pero me detuve antes de hacerlo; sólo sujeté con mi mano derecha la arena para no caerme en sima de ti y darte ese beso. Todavía no sé por qué, después de tanto oír a la gente, tú fuiste el único con el que sentí ese terrible impulso. Creí que me golpearías. Así al menos podría averiguar qué tan delgado eras al sujetar tus brazos; pero luego pensé en que podías tirar mis lentes de sol; entonces también yo me hubiera enfadado, amo mis lentes de sol. Pero más me hubiera enfadado en haber actuado como un pendejo. Me reservé, me limité y sólo esperé a que te dieras cuenta que estaba con los ojos bien abiertos hacía ti.

Había subido la marea y las olas eran más grandes, se podía escuchar más fuerte como chocaban y hasta incluso, como se formaba la espuma y luego se disolvía rápidamente. Las risas y gritos de mis amigos que pronto se volverían tus amigos y el crujir del viento mezclado con las olas y llegando frescamente hasta donde estábamos.

Amo el mar.
¿Enserio? ¿Por qué?
No lo vez. Quizás es diferente de cómo yo lo veo; yo lo veo con mis ojos de poeta, como dices, lo veo como un poderoso Dios o como algo que va más allá de nuestra imaginación. Terrible, magno, y triste.
¿Triste por qué?
Porque no logro comprender como siento él tan hermoso, no pueda causar el mismo impacto en un chico tan guapo como tú. Si tan sólo lo vieras como yo lo veo Eliot.
Si lo viera de la misma forma que tú, estoy plenamente seguro que lo amaría. Pero no es así, no lo veo como tú lo vez.

Se nos acabo el tiempo antes que me contestaras. Alguien se aproximaba corriendo hacia nosotros, dejaba la marca de su pie con agua que luego se volvió de arena cuando se acercó y nos dijo que se había acabado el tiempo. Habría que volver: yo a casa y tú al hotel donde te hospedabas con el resto del grupo. Puto Santiago. De saber que era él. Te hubiera invitado a quedarte en mi casa; pero por un segundo no reconocí su voz. Tal vez por lo nervioso que estaba yo, y la broma tan pesada que hizo él: ponerme su miembro en mi oído y luego soltarse a carcajadas. Sé que te levantaste esperando a que yo te despidiera, esperando a que te dijera de manera rápida cómo miraba yo el mar; pero por más audaz me que me había vuelto con los sonidos todavía temía al caminar. También supe por Santiago que te quedaste ahí de pie, incrédulo. En el momento después en que me tendiste la mano y dijiste nos vemos mañana y espero esta vez sí te animes a entrar un rato al mar, ya quiero ver esos grandes brazos en acción: rompiendo las olas. Y yo, volviéndome más inútil y torpe, dejando tu mano al aire hasta que Santiago agarró la mía y la junto a la tuya.
Por eso sé que prefiero estar sentado en la arena, las escasas veces que bajo a la playa, por eso odio que cada año Santiago me presente a alguien que, después de ese día no me volverá a ver de la misma manera. Pero no me preguntes cómo supe que, después que te tuve que apretar la mano para que salieras del shock no importaría más el hecho de que yo estaba completamente ciego. Tú y yo volveríamos a esta playa para poder estar juntos Rodolfo.

A.L

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