Había una vez un chico, que solía sentarse en una mesa fuera del café; siempre solo, con un libro en mano. Aquella chica wera lo veía: un día si y un día no; o quizás una vez por semana.
El chico pedía un café frio o un pay de queso, la chica se emocionaba atenderlo. El la saludaba, ella a él lo saludaba también, todo tranquilo, todo normal; y dentro de ella, ella, se moría por él. Ella sostenía su café, ella atendía otras mesas; siempre lo miraba, siempre lo soñaba, ella y el.
El era un chico normal, no más de 26 años, vestía siempre jeans, y playeras de varios colores: rojos, azul, amarillo, muy juvenil y siempre combinaban con sus ojos claros (deslumbraste y claros) –claros y muy brillantes. Se sentaba solo con su taza de café o té helado y leía horas sin parar, sin hacer escándalo o sin pedir algo mas, solo leía y se dejaba leer.
¿Cómo se llama? Se preguntaba esa chica; yo solo veía lo que pensaba, lo que soñaba y l que decía; el chico solo, estaba: solo. Sus ojos claros y su libro.
Yo también me enamore del aquel misterioso chico; me enamore de su arrogante forma de leer y de sus ojos, de sus brillantes (deslumbrantes y mortales) ojos.
Yo me fui de ese lugar, ya jamás volví a ver a la chica wera ni al chico desconocido, solo recuerdo el nombre de Anna mi compañera del café y a karlo el chico que se sentaba en una mesa a leer, fuera del café.
jueves, 3 de septiembre de 2009
Había Una Vez Un Chico Que...
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