Un gran flash desapareció e hizo poder apreciar la fresca tarde de otoño que rondaba por las calles empedradas de la gran ciudad. Los árboles eran golpeados delicadamente por ese tibio viento que te decía “pronto llegará el frío…”. El cielo mostraba un color azul muy suave y espolvoreado con retazos de nubes blancas; bajo de ellas la gente aprecia tranquila disfrutando del fin de semana.
CAP 8. Oh recuerdos,
dulces recuerdos…
En una pequeña mesa de metal había un par de vasos y una rebanada de pastel a medio comer; en una de sus sillas estaba una chaqueta negra de piel puesta en el respaldo y en el asiento un estuche de una cámara ostentosa. Las pequeñas silenciosas y palabras se iban haciendo más resonantes. - ¡Es enserio!… ¿Cuándo me creerás, Carlos?- la voz de un chico se expandía por la mesa con un tono de risa; el chico miraba planamente a Carlos mientras este sostenía una vaso de té. Había sido un verano muy aturdido para él: haber comprado su cámara, la muerte de su madre, y algunos cuantos “monstruosos” problemas con la familia le hicieron vagar unos días por las calles dejando en ellas sus complicaciones y respirando el aire fresco y cálido del mes; también asistió a unas fiestas y unas salidas a bares con sus amigos que, intentaban sacarlo de su enclaustrada mente; la verdad es que no recordaba el día que conoció por primera vez a Ramiel.
- Recuérdamelo por favor… me es sorprendente que yo no pueda hacerlo…
Decía Carlos concentrándose en lo que Ramiel le decía; en definitiva para él le era sorprendente haberlo olvidado ya que él siempre presumía de tener una gran memoria retentiva para nombres, situaciones, eventos y por supuesto, para recordar chicos tan atractivos como él.
La verdad no entiendo cómo podría olvidar a alguien como él… es como si hubiera salido de una telenovela, sus grandes ojos castaños, su cabello negro y brillante… su… sus grandes brazos.
Carlos alejó esos pensamientos y se concentro en lo que él le comenzaba a relatar que para cuando regreso a la vida real el relato ya había comenzado…
… Aquella tarde soleada caminaba hacia la casa de un empleado para dejar un montón de documentos que el había olvidado; la gente entrecerraba la mirada para tratar de soportar los rayos del sol…. Y entre ese montón de gente que pasaba en contra mía estabas tú… sí, tú… con la mirada perdida y tratando de no tropezarte contigo mismo. Siempre tonto, siempre descuidado y solo… siempre tú de la misma forma en la que te veo ahora… rebelde e indefenso… indefenso.
- ¿Y ése era yo?- Preguntó Carlos mientras bebía de su vaso y no dejaba de admirar el atractivo rostro de Ramiel. Su larga sonrisa le hacía parecer un niño y sus rasgos tan varoniles le daban un toque de ser un chico muy feliz y rodeado por gente bella. - ¡Si! ¿No lo recuerdas?...- repuso Ramiel – Si, lo recuerdo; era un cartel sobre una exhibición de pinturas de una galería cerca de ahí… pero… a ti… no logro recordarte.
Ramiel reclino su cuerpo en el respaldo de su silla y bufó suavemente; un pequeño silencio se dejó hacer en la mesa mientras que Carlos lo seguía mirando con cara escéptica. – Bueno pues si tú dices que ahí me conociste, te creo- contestó Carlos al silencio. Ramiel cruzo los brazos como si estuviera enojado, pero su rostro se mostraba muy feliz y reteniendo una sonrisa. – En realidad esa misma noche platiqué contigo en un bar… solo un par de palabras y ahora me topo contigo en el mismo lugar y más sorprendido que nunca. Carlos soltó una carcajada y entre ella se puedo oír - ¡Aun así no lo recuerdo! Los dos terminaron la conversación con grandes carcajadas.
… ¿Cómo tratar de recordar todo lo que paso después de ese día, con meticulosa exactitud? No creo que alguien pueda hacerlo… excepto yo. Cada día era tan maravilloso que parecían días en el espacio. Ramiel se pegó a mí vida y yo a la de él, fuimos más que amigos y más que humanos en el mundo; conocía el Carlos de sus manos y el olor de su piel al despertar; sabía lo que odiaba y lo que le gustaba. Sabía bien lo que él quería y lo que buscaba… pero… ¿Yo tenía lo que quería?
… Dzahuindanda entro por debajo de la puerta para meterse de golpe en “nuestra” cama; Ramiel dio un brinco al verlo de repente y dijo – Éste me va a amatar de un susto un día de estos. Carlos rió mientras seguía agazapado en su pecho; eran tres en un pequeño colchón donde Dzahuindanda dormía profundamente en una esquina y Ramiel acurrucando el cuerpo de Carlos… y una tenue luz entraba sobre ellos, como siempre había entrado y que nunca faltaba a su cita con la cortina. – Mañana en la tarde volver a salir por unos días… - Carlos alzó las cejas y contestó suavemente aun con los ojos cerrados – Está bien… ¿Aún no me dirás para qué?- Ramiel suspiro dentro de sí mismo y abrazo mas fuerte a Carlos que aprecia su peluche – no es necesario… regresaré y ese es el punto…-
Sin embargo nunca regresó… ¿Porqué? Nunca lo dijo ¿A dónde fue? Nunca se sabrá ¿Por qué lo dejo solo? Lo Dios sabe por qué… solo Dios sabe por qué…
Carlos volvió a recordar aquellos momento que paso con la única persona que lo pudo querer tal como él era; volvió a sentir por un instante aquel Carlos que el daban esos brazos… volvió de nuevo a oler el aroma de una cálida piel rosando su piel y a sentir el latir de su corazón como si estuviera cerca de él… quizás bajo de la cama blanca, sobre la mesa de metal frio… o tal vez detrás del espejo que cubría toda su pared. Después, recordó cuando él se había ido, cuando no había regresado y había roto su promesa de amarlo eternamente – Lo habías jurado… maldito… me lo habías jurado… - Rasguñó el colchón de hule suave y regresó al momento en el que él estaba. ¿Dónde estoy? ¿Qué es todo esto? ¿Por qué?. La voz de algún lugar del techo se negaba a contestar… Ramiel era su nombre. El nombre que Carlos había recordado antes de volver a recordar.
… Detrás del espejo había comenzado una nueva tarea. Arreglar las visitas, alimentar a los demás huéspedes, buscar una manera de que no se corrompiera, tratar de encontrar una razón para la búsqueda de la razón. Ramiel miraba sentado con sus gafas negras; de “esos” el era el único que vestía de negro y resultaba más humano que ellos, los que decían ser perfectos… - Pobres perfectos.
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