Sé mi pecado, mi delirio, mi confusión.
La ola de luz divinamente abrasante que viole mi alma,
que calcine mi sombra y mi soledad.
El romero para mi escudo, la albahaca de mi ventana.
La ruda para calmar mi pecho y el “quiebra plato”
desde mi pie hasta donde muere el último cabello.
Sé también las horas muertas y calladas;
la almohada húmeda y cálida para morir en las noches.
-“Bésame con tus palabras”-.
Cómeme con los dedos y mastícame hasta hacerme tan pequeño que termine en cada parte de ti.
Úsame, transmútame, fíltrame y despójame de mi libertad;
sé el ninja que robe mis muslos, mis pies, mis manos y mi pecho de lechuza.
Mátame con una saeta hervida en tu seno.
Y en la eterna e inmensa oscuridad:
No sueltes mi mano al caminar por Ades.
A.L
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