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viernes, 25 de octubre de 2013

Sobre nubes, vientos y ortografía.

 

Este día tiene más nubes que rayos de sol sobre el cielo.

Hay más viento mortuorio que otros días ¿Por qué? El sabor del café me sabe más a sangre que a café. Me sabe más a olvido que a desayuno; no sabe a lo que debe de saber.

Tengo dos cicatrices en el cuello. Mordidas de vampiros que pasan acosando a los infantes negros: oscuros; más oscuros que las dos de la mañana; más calientes de un comal, más de todo menos vivos, más locos y despedidos de un sol matinal. Tengo dos mordidas de vampiro en el cuello, una en el lóbulo derecho donde quisieron comerme anoche, una más en un pezón afelpado que al pasar la mano resiente el peso de una soledad fría y estancada en un par de palabras que van y vienen sin cansar. Hoy hay más nubes blancas y medias grises porque es otoño, porque hay viento que pasan en bicicleta repartiendo sonetos de hojas secas y uno que otro animal perdido en sus rayos que giran sin parar. Van. No regresan de donde vinieron, se van y no rebobinan, huyen del fantasma de una primavera tiesa y de un verano tormentoso. Regresan a donde no fueron llamados, pasan por los pórticos de los enamorados, por las calles adoquinadas llenas de pedacería humana y también pasan por las caras de huevo de muchos suicidas de closet que, entre su miedo a ellos mismos se masturban con sus filias a baja presión. También temen de morir y dejar de ser suicidas.

¿Por qué se piensa en viento? Por qué sé ser sombra y no murciélago, ser galleta y no bolillo. Escribir cuesta desde encender la pc, hasta golpear un botón sobre una caja negra que no tiene nada de interesante si no hay errores de ortografía; la ortografía es como una filia que me acosa a veces. Sufro de erecciones de quinceañero al leerme y leer ajenos ensayos y párrafos bien formados. Sentir esa caliente redacción, esa lasciva forma en la que algunos hombres arman palabras tan perfectamente buenas, una “h” antes de un hola, una después siempre de una “a” para un ahora, una sensual coma para aclarar ideas gloriosas y una lujuriosa esdrújula para hacerme eyacular. Vivo en un hoyo de gustos retorcidos, en un ir y venir de placeres que, más que extraños son enfermos en un mundo donde aparte que una “k” gobierna la débil mente de jóvenes es la detonadora de corrupciones y fracasos que nunca se van a acabar. Ayúdenlos.

Seguía con los vientos y las nubes, esos vientos y esas nubes– cómo amo el viento- cómo no adorar una tarde atiforrada de nubes hasta por los ojos: ver nubes, vender nueves, comprar, comer, cagar nubes. Medias grises y medias blancas, una mezcla que parece salida de una pintura fallida por Dios. (cabe aclarar plenamente que todo lo que hace Dios es perfecto, hasta sus errores suman una lista interminable de perfecciones a un nivel que no podemos comprender).Si las veo me relajo, me aterro; siento que estoy en un mundo donde ya no tengo que sufrir más por tomar medicinas que me dan un par de miles de respiros más, a costa de que matan lentamente mi hígado y mis riñones y que me hacen obligarme a veces a meterme dentro un plástico para no soltar ese hedor de zombi en proceso. Muero lentamente, muy, muy lentamente, tanto que cualquier positivista diría hasta romperse la garganta que soy uno de los miles de millones de fatalistas suicidas closeteros con a veces arranques obsesivos compulsivos. No soy fatalista ni mucho menos de closet, soy uno más de los fanáticos del buen escribir y de mirar pasar las nubes y el viento sobre una bicicleta.

A.L

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