Mis padres
tienen carácter fuerte, cada uno se hace respetar en su ámbito de
responsabilidades, en los casos en donde sus actividades se unen, en la mayoría
de las veces concilian, pero cuando esto no sucede el aire se enrarece y se pueden ver rayos,
relámpagos y una que otra centella.
Como después de
toda tormenta, cuando ésta termina el aire es más limpio, las hojas, flores y
frutos de las plantas se fijan y brillan más. Las sonrisas se contagian. Hasta
las cosas inanimadas cobran vida acercándonos a un ambiente fantástico y
paradisiaco. En un pueblo esto es más visible, como nos sucedió el 13 de junio
de 1964. Era aproximadamente el medio día, mi papá tenía escasos minutos de
haber regresado, asoleado del campo. Mi mamá termina de cantar una canción la
cual no identifico; en esos tiempos le gustaba cantar.
Deja la escoba
donde siempre, pasa frente a nosotros, sin vernos, le dice a mi papá: Israel,
atiza la lumbre para que se cueza el caldo mientras lavo la ropa. Cuando termine de lavar comemos. Mi papá
deshoja y yo desgrano maíz. Mi mamá le echa agua a la ropa colocada por ella
misma en la batea que mi papá le labró en madera de huanacaste. A la ropa le
unta jabón negro, la friega un poco. Cobijada por la sombra del árbol de
almendra inicia una canción. Mi papá y yo la vemos desde el corredor, él toma la mazorca, le hunde el
deshojador, sus ojos brillan, sonríe, mira sin ver, escucha atento no sé si a la canción o a la voz. Ella canta, lava. A la ropa le
machuca bolita, del gabazo de la bolita hace estropajo y la refriega en la
ropa. Mi papá deshoja, avienta las mazorcas, algunas caen dentro de la vasija,
dirige su vista a mi mamá o a otra parte sin mirar, yo desgrano, no veo dónde
cae el maíz. Mi mamá canta. El corredor se puebla de gallinas, no cabe una más,
el gallinero completo hace su agosto y nosotros embelesados...
Sé que los
pollitos pío, las gallinas cacaraquean y los gallos cantan, pero no los oigo.
Nuestros perros, Labis y Canica, echados contemplan. Mi mamá enjuaga, abre el
papel estraza y esparce suavemente el añil en el agua donde está la ropa
blanca, sus movimientos ahora son delicados, para mí que con el polvo azul
recuerda a su pueblo, Niltepec. Ha pasado un poco más de una hora, ella ahora
canta “por un caminito” de Leo Dan, no nos ve, exprime, sacude la ropa, la
tiende y deja de cantar, mi papá despierta de su fascinación, recuesta la
espalda en la silla. ¡Las gallinas, espanta las gallinas!, me dice. Corre al
fogón a atizar la lumbre. El animalero sale volando en todas direcciones, él
regresa, me dice al oído, ve a soplar la lumbre mientras la entretengo.
Mi mamá se seca
las manos en el mandil, desde su sombra, antes de entrar al corredor nos dice: ¡Ya
debe estar el caldo, ahorita comemos! mi papá y yo ampliamos la órbita de
nuestros ojos e intercambiamos una sonrisa de complicidad.
Ernesto Toledo Grapain
1 comentario:
Simple, cotidiano, nostálgico, emotivo, maravilloso. Felicidades Ernesto!!
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