Cónico entró insonoro a la habitación y encendió la luz.
A cada paso, él sentía que arrastraba unas pesadas cadenas, cuyos eslabones le lastimaban los tobillos.
Llegó a la cama y con voz apagada dijo al momento en que golpeaba la nalga de Cúbico.
Ya llegué.
¿Sabes? No sé si es que últimamente llegas cansado de la oficina, o todavía tu mamá te hace ayudarla a pelar cebolla para los domingos de comida en familia; pero cada vez que vengo, siempre estás fuera de casa o durmiendo.
Caminó por la habitación y miró con aire desanimado la cama, el estante de juguetes, un librero polvoriento y el baúl al pie de la cama. Pasó el dedo por el lomó de los libros dejando una línea que se dibujaba al quitarse el polvo.
Dio un gesto de asco.
Mira nada más cómo tienes mis libros, me voy un rato y haces una sopa todo esto… qué horror de pintura pusiste a las paredes, ¿Por qué no dejaste mis dibujos en la pared? ¿Dónde están los cuadros que hice con acuarelas? ¿Y la foto de cuando estaba nene? Ah pero sí dejaste tu diploma, la foto de tu perro, y tu cordón umbilical que mandaste a enmarcar. Tiró varias fotos al suelo.
Con un gesto de asco quitó el cordón umbilical y lo tiró a un cesto de basura. En él, encontró una fotografía enmarcada donde Cónico y Cúbico están posando felices en un restaurant. Detrás de ellos estaba la botarga de un toro con una banderola que dice “Come la carne”.
Puf. Y de la única donde estamos los dos, tuviste que dejar donde me veo gordo… claro, como el niño se había recién afeitado y comprado una playera nueva, qué importa si el otro salía desaliñado, con barba de cuatro días y cachetón ¿No?
La contempló un largo rato. Incluso rozó con sus dedos su rostro y luego el de Cúbico. Sintió mitigar su dolor un poco. Hasta el rostro se le volvió melancólico. Rasguñó suavemente la fotografía y miró hacía Cúbico.
Torció la boca enfadadamente, y observó el techo mientras caminaba a la cama.
Con sus dedos tocó a pasos la cobija hasta llegar a los pies de Cúbico.
Antes de jalarlos miró ampliamente el gran cuadro arriba de la cama, cuadro que no había visto desde el inicio ya que se había centrado en solo ver por partes.
¿Qué adefesio es eso? De seguro la mierda de cuadritos que tu amigo manco pinta, si no tiene una mano dile que ni lo intente…
Oye ¿Y mis cajitas de zapatos que tenía en la esquina?
Abrió el cajón del buro de la derecha.
¿Dónde está mi inhalador? Ah, carajo, solo han pasado dos años y ya hasta tiraste mi colección de recortes de revistas… ¡pero qué rápido te olvidas de la gente!
Con ira jaló los pies de Cúbico, hasta medio zafarle la cobija que tenía casi amarrada al cuello. Y antes de que despabilara, Cónico salió de la habitación chingando madres.
Cúbico despertó y solo vio la luz encendida.
Se levantó a apagarla confusamente. Se juraba que antes de acostarse la había apagado.
Se rascó la nuca y se recostó boca arriba; esta vez no se cubrió por completo. Y en menos de lo que chilla un gato se volvió a dormir.
Abajo en la cocina, Cónico rezongaba.
… tampoco veo aquí mis tacitas de barro, ni el cuchillo que te reglé en navidad, es el colmo… al menos espero y me hallas hecho algo bueno para comer, no sabes el hambre que se pasa ahí.
Y con tono burlón añadió.
Que el espíritu se alimenta de paz, que aquí no hay de esas tiendas de pollo frito, ¿Sabes cuántas calorías tienen estas nubes? ¡Nada! Que la dieta disociada, que los de ahí abajo se mueren de hambre porque comen mal… ya me tienen hasta la madre esos angelitos chupacoños.
Por un momento se quedó callado observando la ofrenda que Cúbico le dejó.
Subió con pasos fuertes a la habitación.
¿Mole?
¿Mole?
Dándole suaves manotazos en los pies a Cúbico, con ritmo, recitó su queja.
Sabes qué no me gusta el mole, sabes que tenía gastritis. Luego los dedos se me llenan de manchan y “esos” andan como locos revisando a uno que no esté sucio; qué las manchas no son para uno, hay que estar siempre pulcro para cuando venga el jefazo a hacer inspección. Dos años ahí y la única vez que lo he visto fue cuando me dio un apretón de manos al entrar y me dijo: pásale mijo y dile a Pedro que te haga un chanse por ahí. Uy no, pero si les quieres decir algo o dar una opinión luego se ponen rojos como Diablos.
Se sentó en el filo de la cama y comenzó a comer el plato de mole con arroz y pollo sin mucha gana.
El mole ya esta frió, y el arroz le faltó cocerse ¿eh?
Masticaba.
Cuando veas a mi mamá dile que no se pueden dar plazas, dile también que tengo un mensaje de la abuela, cito: “Hija de la chingada, venme a ver, me tienes arrumbada como trapo viejo; tu papá está insoportable, te quiero mija”.
Se levantó y fue hacía un mueble con espejo.
Con la lengua escudriñó un pedazo de pollo que se le quedó entre dos muelas. Al no poder sacarlo, metió su dedo y palanqueó.
Miró su reflejo en el espejo.
Ahí fue donde vio todas sus cosas colocadas en el mueble: sus lentes de sol, su inhalador, dos fotos de ellos dos: una de cuando Cúbico cargaba las cajas de mudanza mientras sonreía a la cámara, y la otra en el hospital, donde celebraron su último cumpleaños. Miró los boletos de la primera vez que fueron al cine:
“¡Ay Ornitorrinco, no te rajes!” La recuerdo como si hubiera sido ayer: que quedaste dormido a la mitad, y yo te metí mano para que despertaras... ahí fue donde nos enamoramos.
Abrió los cajones y encontró sus camisetas con las que se ejercitaba, su sueter rojo con la cara de un pato en medio, una muslera. Y hasta el fondo, muchas cartas que prefirió no tocar. Ya sabía qué decían.
Dejó el plato vacio en el mueble y sacó el sueter rojo.
Regresó a la cama y se sentó cerca del rostro de Cúbico, solo para contemplarlo largamente. Pasó su mano sobre su rostro. Los dos se estremecieron.
Vio la hora en el reloj del buro y se levantó lentamente. Se rascó la barba y se amarró el sueter a la cintura.
Ya me creció el cabello, ya no toso tanto; solo cuando los de abajo lanzan su azufre nomás para chingar; extraño oír tus quejas cuando íbamos al futbol y tu aliento a oxido al despertar.
Se abalanzó hacía la puerta y apagó la luz.
Antes de salir contempló por última vez a Cúbico.
Nos vemos el próximo año corazón. Y salió cerrando la puerta.
Cúbico ya no sentía ese frío de hace un rato, suspiró entre el sueño. Y antes de cambiar de posición, Cónico regresó corriendo a jalarle los pies.
¡Pero para la próxima no me dejes mole!
Cúbico despertó horrorizado.
Se agarró los pies y los notó fríos. Encendió la luz y vio pronto el mueble abierto, el plato vacio, las fotografías en el suelo y sobre donde estaba su umbilical: la foto de ellos dos. Sonrió.
Apagó la luz. Y antes de perderse en el sueño de nuevo, susurró:
Hasta el próximo año corazón.
A.L
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