Se dieron cuenta de que todo ya se les había terminado cuando los dos permanecieron recostados en la cama: boca arriba, sin decirse ni una sola palabra y tratando de rosarse en lo más mínimo.
Nefasto estaba con las manos en la nuca, mientras Intransigente con las manos en el pecho.
Suspiro.
Uno de los dos suspiró: quién sabe quién. Pero el sonido que atravesó sus oídos incomodó a los dos.
Y ya las formas del techo no eran las mismas de antes, no, ya no: ya no eran las de siempre: los ladrillos rojos apilados unos sobre otros y embarrados por cemento ya no mostraban al caballo que se dibujaba con éstos.
Ahora parece un cocodrilo con el hocico abierto y amenazantes colmillos, Pensó Nefasto.
Ahora solo es un montón de ladrillos con cemento, pensó Intransigente.
Nefasto miró de reojo el hombro de su compañero y lo rosó con el suyo.
No me toques, dijo intransigente, Y Nefasto trató de abrazar su cuerpo con el suyo, justo en que Intransigente se abrazaba a sí mismo y se giraba.
Te he dicho que no me toques, te he dicho ya varias veces que siento que me llenas de un espeso lodo que apesta, caníbal, dijo.
Y Nefasto optó por volver a colocar sus manos en su nuca y bufar.
Oh cállate.
Y vio como una polilla se golpeaba contra la pared, a un lado de los ladrillos que ayer formaban un robusto árbol y que ahora eran un montón de culebras amarradas, unas con otras. La polilla cayó en el estomago desnudo de Nefasto: batió sus alas intentando levantarse, hasta que cayó en medio de los dos y se dio por vencida.
Irritado, Intransigente miraba hacía el muro, donde la cerrada puerta de madera mostraba una rajadura que ayer era un camino curveado con un final hacía una meseta café, y que ahora parecía un gigantesco alacrán que amenazaba con latigar su aguijón a quien intentara salir por la puerta sin decir algo antes.
A un lado, en la otra pared, un anuncio con letras rojas y negras decían HOY Y AHORA NO TENGO NADA MÁS QUE DECIRTE, PUES TODO LO QUE DIGA SERÁ USADO EN TU CONTRA. Ayer era QUIEN QUIERA QUE SEAS SIEMPRE HE CONFIADO EN LA BONDAD DE LOS DESCONOCIDOS.
La polilla se movió y chocó contra la espalda de Intransigente y arremetiendo contra ésta, sus alas se destrozaron. Intransigente la sacó y destrozándola con los dedos la lanzó contra el suelo.
Muchos años y sigues siendo una bestia disfrazada de cordero, condenó Nefasto, una bestia.
Intransigente tosió y rozó sus hombros con sus manos.
Oh muérete.
Nefasto flexionó las rodillas y apoyando su pie izquierdo en su muslo derecho, comenzó a arrancarse la uña del dedo gordo con la mano derecha. Rompió un lado, y con gran habilidad la jaló hasta arrancarla. La miró con cierta pereza, la olió, y luego se la llevó a la boca para masticarla, la metió en medio de sus dientes y sacó con ésta un poco de masilla.
Volteó hacía Intransigente y se la lanzó al cabello, llevó su mano hacía su cabello y se la quitó.
Intransigente se tocó la nuca y se volvió a Nefasto y se miraron irritados.
No pienso moverme, es mi colchón, dijo Nefasto.
La caja de la cama es mía.
Tengo tanto derecho de quejarme como tú.
Haz lo que quieras.
Siempre lo hago.
E intransigente le dio de nuevo la espalda.
Al fondo. Donde había un pilar adornado con las chaquetas de los dos, los gorros para el frío. El pilar se había transformado en un gigante de cuatro manos con el rostro deformado y una sonrisa espeluznante.
Intransigente se retorció, supo sus manos en puño cerca de su boca y girándose hacía Nefasto, lo volvió a ver.
Nefasto contemplaba su gran pie y se jalaba suavemente los vellos de éste: sonrió burlón.
Quieres que me largue y aún le temes al pilar. Y pasó sus dedos por en medio de los dedos del pie.
Intransigente miró el pie de nefasto por un momento. Antes, todavía ayer, hubiera cogido ese gran y varonil pie y meter sus dedos en medio de los dedos, rascar la planta y el tobillo; para más luego llevárselo a la boca: morder el dedo gordo, meter la lengua en medio de los dedos, y lamer los vellos del pie, hasta llegar a los muslos de Nefasto. Pero hoy ya eso le parecía repugnante. Intransigente hizo un gesto de desagrado, se llevó el dedo a la nariz y la esculcó. Aspiró fuertemente y contempló irritado a Nefasto.
Eres un cerdo.
Mi cerdes nunca te pareció problema, es más, la adorabas de una manera repugnante.
El nunca se acabó.
Nefasto solo entrecerró los ojos y pegó su rostro a la otra pared. E Intransigente ya no pudo más, se le acabó la energía para continuar el show, se levantó de golpe por fin del colchón, se puso un short mientras avanzaba a la puerta de madera, dijo me largo a la cocina.
Pues lárgate, me quedo con el colchón.
Y si quieres puedes irte con esa puta, ya no me importa más.
Mañana cojo mis cosas y lo haré, respondió Nefasto sin mirar a Intransigente.
Pero. Antes de tocar el pomo de la puerta todo cambió por completo y de manera irreversible.
La transmutación para mal se desencadenó.
El alacrán comenzó a caminar por la puerta, haciendo retroceder a gritos a Intransigente, del techo, las culebras cayeron en el cuerpo de Nefasto, quien brincó apartándolas, la polilla y el pilar se volvieron dos demonios: rojos, cornudos, coludos y con trinche, la cama ardió en llamas y el cocodrilo abrió sus fauces, para dejar salir un chorro de agua lodosa y comenzar a inundarlo todo, deteriorarlo todo: desde la mesita, la ropa, las fotos…
Aterrados: Intransigente corrió a abrazar a Nefasto; y los dos se refugiaron en una esquina: horrorizados, mirando como todo lo que ellos habían construido juntos, se comprendía, se descomponía y se recomponía en un caos que los iba a destruir, para después consumirse él mismo.
A.L
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