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sábado, 17 de octubre de 2015

Café con deslactosada.

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- La leche normal me pone mal, muy mal.

Detrás de la barra, los dependientes vestidos todos uniformados de playera negra y gorra, movían trastos y sonreían parcial y pedantemente.

- De verda que la leche normal me va muy mal.

El cajero sonrió nervioso más que cortes, y es que sí:

- No es que yo sea una persona especial o remilgosa; no, la leche de vaca, de cabra, de burro o de toro me va mal. Me entra una agrura pesa, como beber brandi por las mañanas, y eso de beber por las mañanas no me pesa, ya sea brandi o ginebra; no me asusta el estomago tanto como la leche… y qué decir de la diarrea, huy no: se me suelta como una bola de estambre dejada a la de Dios, en las patas de un gato, así de fuerte, así de pesao

- Será entonces deslactosada, ¿algo más?

- media carga, el café de aquí es muy fuerte, me trae un amargo que me extraña, no es que no me guste el café amargo, es solo que el sabor es un poco desorbitante además…

- Será media entonces.

- Aja.

Veintiocho con setenta, y el joven lanzó mi comanda, mientras se me clava mirándome pasiva e insistentemente.

- ¿Qué cuánto?

-  Veintiocho con setenta.

- Traigo treinta.

Luego alzó los hombros y tomó el dinero, “que le doy cambio”, y luego el sonido de la caja al abrirse y cerrarse.

Saboreé el café de manera autómata, y es que en un lugar lleno de gente con café en boca o mano me sentía un poco fuera de lugar, como extraño, más de lo normal. ¿Una cafetería y yo sin café? Era tan extraño como una puta que no sabe mamar: puede existir el caso, cómo no, por más extraño que suene puede existir; y así de raro me sentía.

Era yo la puta que no sabía mamar en la cafetería, mis manos me comían ya por tener mi vaso de café y no sentirme tan puta; supongo que el dependiente descubrió mi putes tan desbordante, y respondió mi ahogado grito de ayuda.

- Su café va salir en un momento, joven, que si gusta puede llenar el cupón canjeable mientras espera.

Era, es, bueno, era más confrontable ser un rellenador de cupones a una puta.

GRACIAS POR SUS DIEZ COMPRAS!

CANJEA ESTE CUPÓN POR UNA BEBIDA GRATIS,
CUANDO GUSTES O CUANDO TE PLASCA, QUE VA SIENDO LO MISMO

ATT. CAFETERÍA MAYOR.

Rellenar con datos verosímiles o reales, es cosa compleja, para mí, uno que es escritor y que siempre firma con pseudónimo hasta las para colocar anuncios de citas en revistas porno, siempre se le va la brocha cuando tiene que caer al mundo donde tu nombre real sobrepesa ante todo lo demá.

Cómo adoro al tipo de hombre que llega siempre a rescatarme: el dependiente cogió el cupón y amablemente conjuró.

- Solo debe poner su nombre y su móvil para registrar el cupón.

Me asomé dubitativo a la barra. Conjurar la simple pregunta de saber si tengo que dar mi nombre real me convence que el mundo no está destinado a ser alguien más dentro de alguien más, salvo si eres medio trans o medio puta en una cafetería

- ¿A caso carga otro nombre señor?

Luego de una breve pero intensa explicación del por qué mi segundo nombre al dependiente, éste optó por sonreír, no con la boca sino con los ojos, una sonrisa que solo se puede ver al momento y que no se sabe describir a ciencia cierta.

- ¡Ah! ¿Así que usted es escritor?

- Es mejor que ser puta.

Decidí dar el falso nombre a respuesta de su poca gana de saber sobre mi sentimiento putesco.

- “Alfonzo, Alfonzo Lacruz”

- ¿Junto?

- “Alfonzo” separao, “Lacruz” junto.

Rellenamos un cupón extra, pues anotó “Alfonzo” con “s” y no con “z”, hay Alfonzos con “s” pero el mío es con “z”; tampoco es una gran calamidad desde un punto de vista normal, pero para mi lo es, uno que vive y muere de letras, que te anoten en un cupón canjeable mal tu nombre, es como que te llamen puta en una iglesia.

- ¿Móvil?

- 743…245...9669.

Entonces el dependiente suspiró largo y parsimoniosamente, sonrió al entregarme mi vaso de café con leche.

- ¿Media carga?

- Media.

- ¿Deslactosaá?

- ¡Deslactosaá, media carga, y tibio!

Agradezco enormemente que él me aliviara, en su momento mi agobio de ser una puta con problemas orales; no juzgo a las putas, no. Pero es realmente estresante serlo sin tener noción alguna de cómo serlo.

No pienso volver a ese café.

Afuera hacía frío, y la tarde ya había caído sobre mi putesca vida y café.

martes, 21 de julio de 2015

Allá, donde pensé que tenía el corazón. Cebollas rojas.

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Sí, yo lo maté. Hubiera querido matarlo de amor, pero no fue así. ¿Que por qué no fue así? No lo sé, solo él lo sabe y el secreto se lo llevó a la tumba.

Anoche él estaba viendo la tv, sí, me acuerdo muy bien. Estaba desparramado en el sillón, con los pies descalzados y la cara menos chapeada, se le notaba más tranquilo, más relajao; como en ese momento donde ya me dice “vente para acá”, y yo dejo lo que estoy haciendo y me siento a un lado – su lado. Y me abraza mientras me cuenta de qué trata la novela o lo que está mirando. O ya a veces solo me le pego y me abraza, hasta que me agarra el sueño. Pero hay que estar ahí.

Pero anoche así no fue, nomás él estaba en el sillón, esperando el aviso a que pasara ya a comer a la cocina. Que tenía que ser pronto, si es que no: ya. Pero yo andaba todo idiota en el baño, con la cara hecha un rompecabezas desbaratao.

Y es que esa noche, no sé qué le picó. A saber qué se le metió por la cabeza. Disque según yo andaba viéndome con alguien más. Qué sé yo. Pero cuando llegó a la casa –su casa ¿eh? Cuando gusten. Y no vio ni la mesa puesta ni ná para comer, me desmadró de un golpe, bueno, de uno y luego de otro.

Qué te pasa, le dije, ay no me pegues. Pero no me escuchaba. Como de mentira ¿no? De que entre dos hombres, uno de ellos ni se defienda, pero, cómo iba yo a defenderme en las condiciones en las que estoy. Bueno, me dijo hasta de lo que iba a morir, que no servía yo para ná.

Nada más me cubrí la cara y le dije, sí gordo, pero ya no me pegues. Luego se calmó, me maldijo un ratico más, y amenazó con partirme lo demás, si no había algo preparado a la voz de ya, pero yo estaba en el lavabo, les digo. Desangrándome y mirando mi medio reflejo en el agua roja; porque en el espejo era seguro que no me iba reconocer. Me palpé los ojos: sí, aún los tengo. Los dientes: toditos de milagro, todo el resto bien madreado.

¿Eh? Ah, sí, luego oí su voz, su bonita y bronca voz… ay, cómo extraño su voz. Me dijo ya tengo hambre, y yo le respondí –sin que se diera por enterado que había yo llorado: ya, ya voy.

Y me fui a la cocina.

A terminar de cortar las cebollas.

Pasando un rato él llegó bien cabreado, me dijo que no quería verme ahí nada más como adorno, que parecía tapia, que para eso él se rompía el lomo y yo como changuito cilíndrelo, pidiendo dinero nada más. Le dije sí, sí gordo, y mientras se sentaba le puse su plató con su tapa enfrente; y les juro que ya estaba por echarme para atrás, de solo sentir como me seguía con sus ojos de pistola. Le ayudé a ponerse la servilleta en el cuello de la camisa, mientras él se recogía las mangas. Le di la espalda y continué cortando mis cebollas.

Sé que alzó la tapa de su plato, porque si no la hubiera alzado no se habría dado cuenta que en vez de su esperada comida, había un montón de gasas, algodones con alcohol, y un frasco de thrombocid .

Azotó los cubierto, tiró de su cuello la servillata, y se aproximó a mí así bien enojaó, casi rojo.

En ese momento no sé qué tanta fue la fe que le tomé a las cebollas.

No recuerdo qué gritó antes de que me prendiera de los cabellos, creo que fue “Ah pero hasta payaso me salió el chamaco”, no sé; pero antes de que me pegara, agarré el cuchillo cebollero y se lo hundí, ahí, donde pensé que tenía el corazón. Se lo hundí hasta que mis dedos toparon con su camisa blanca. No gritó, solo dio un bostezo largo, y lentamente fue bajando las manos, pero sin quitarme sus ojos negros de encima. Me acuerdo que se tambaleó al intentar lanzarme un golpe, pero ya tan poca fuerza cargaba que solo alcanzó a rosarme la mejilla, como cuando me acariciaba. Ay, como recuerdo cuando se ponía romántico… después, solito llegó a sentarse de nuevo en la silla y ahí se quedó, mirándome un largo rato, hasta que parecía que lo hacía, pero ya no me miraba. Hubo un largo rato de silencio, antes de que me le acercara a sacarle el cuchillo; lavé el suelo, quité su plato y cubiertos, puesto que ya no iba a comer.

Y bueno, como ya no había otra cosa qué hacer, hasta que ustedes llegaran, me dedique a terminar lo que hacía antes de que mi gordo apareciera: cortar las cebollas.

jueves, 9 de julio de 2015

AMOROSAS PIRAÑAS. El sueño del pez gato.

 

 

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Paraa Rossy Toledo.

Pues yo te escribiré, yo te haré llorar.
Mi boca besará toda la ternura de tu acuario
-Spinetta- Los libros de la buena memoria -

Ella soñó conmigo, también con peces. Me lo dijo una tarde durante un paseo. Fue muy raro. Todos los sueños son raros. Bueno pues, te cuento. Estábamos en tu casa, en mi sueño era la primera vez que me llevabas. Ella ya conocía mi casa. Me diste un recorrido mientras me dijiste que tus padres se iban a separar. Mis padres se detestan pero no se van a separar, bueno, que yo sepa.
Había peceras, muchas, como en un acuario. No tenemos peces en casa y nunca hemos ido a un acuario. Un cuarto enorme lleno de ellas, con peces multicolores dentro, me dijiste que a tu mamá no le gustan los peces, que por eso se iban a separar.
A mi mamá no le gustan los gatos, los perros grandes ni mi papá, pero nunca me ha dicho nada de los peces. Estabas triste. Casi siempre suelo estar triste. ¿Y qué peces había? ¿Cómo?, No lo se, de todos los tipos supongo, ¿Por qué preguntas eso? No sé, curiosidad. Había de esos chiquitos que son fosforescentes y de esos como peces chinos. ¿Chinos? Si, si esos que parecen tener bigotes como de dragón. A ya, peces gato. No sé, supongo. Si, esos que siempre están al fondo de las peceras inmóviles, como medios muertos comiéndose la suciedad de los otros.
Eso suena muy triste. ¿Porque? Comer los desechos de los otros, eso me suena muy triste. Todos somos un poco así. Lo serás tú. Ríe. Por eso siempre estas triste. Soy un pez gato, está en mi naturaleza. Ya vas a empezar. ¿Empezar qué? Por eso no te cuento. No, sígueme contando. No dije y no insistas. Ella piensa que todo lo convierto en un problema. Anda, te escucho, vez no me puse triste.
Bueno pues, ¿En qué me quede? En los peces chinos. Así, pues había muchos peces pero no les puse mucha atención, me dijiste que se los iban a llevar.
¿A dónde o quién? No sé, ya no me dijiste porque en eso salimos de aquel cuarto y seguías triste y yo también. ¿Tu porque estabas triste? Cómo que porque, pues por lo que te pasaba. No te preocupes, soy como los gatos y siempre caigo de pie o floto. Ya vas de nuevo, ya no te cuento.
Ella piensa que todo lo vuelvo un problema, y tiene razón. Si, que pasa después. No, ahora si ya no. Eso sí me pone triste. Tu siempre estas triste. ¿Qué paso después? Nada, desperté. ¿Enserio? No. Yo siempre estoy triste.

 

Iván Landázuri

jueves, 4 de junio de 2015

Los compañeros perfectos. Gazpacho.

 

… Y Carlos se sentó en la mesita de la cocina a hacer Gazpacho:

Colocó la tabla de picar en frente de él, y a un lado puso la bolsa de mandado con los ingredientes: unos tomates: los miró primeramente, uno a uno. Luego colocó en el centro de la tabla uno de ellos y lo rebanó por el medio con un enorme cuchillo. Comenzó a cortarlo en rodajas; y antes de darse cuenta, ya había cortado los tres kilos de tomate.

Se cargó dos cabezas de ajo. Las desdentó y peló.

Ahí fue donde oyó el sonido proveniente del cuarto del fondo: uno cuando desdenta ajos crea un vínculo con éstos tan suave y sublime, pero que es fácil de romper por cualquier interrupción.

Oyó el ajetreo dentro del cuarto. El mover de las cosas a una velocidad molesta. Como si jalaran cosas a alta energía.

Miró por un momento con las manos en los dientes y luego regresó a su vínculo, estaba cansado.

Peló el Cucumis sativus, conocido popularmente como pepino, medio pepino dará sabor, eso es todo y lo peló con el mismo cuchillo.

Los pimientos. Se dijo a sí mismo, y se levantó hacía el refrigerador. Abrió la puerta de éste y sacó tres pimientos gordos y fríos, y regresó la mirada al cuarto donde estaba su cama, el cuarto separado de la cocina por una delgada cortina color verde menta que solo cubría la mitad del umbral de la puerta. Podía ver como la ropa se movía, del ropero a una bolsa grande y roja. Vio las piernas del Charly detenerse justo antes de meter una prenda, parecía que miraba hacía Carlos; pero la cortina impedía que las miradas se encontraran. Luego continuó el movimiento de empacar, y Carlos cerró el refrigerador con los tres pimientos en mano.

Los cortó.

Los rebanó primero en pedacitos alargados y jugando un poco, los colocó en una esquina, amontonados y se quedó pensando.

¿Y sí le digo que no se vaya? Le dijo al cuchillo.

¿Y si le digo que a su edad ya es una locura, entenderá y correrá a abrazarme y dirá “harás gazpacho”? le dijo a los tomates y pimientos.

No, no dicen nada, están rebanados los desgraciados. Se dijo él mismo.

De pronto, el Charly salió del cuarto con la mochila roja en mano, que después se llevó al hombro. Me voy entonces, dijo acercándose a la puerta, a unos metros de donde Carlos estaba sentado paralizado con cuchillo en mano y recriminándole a los ingredientes el no poder hacer nada para detener la partida del Charly. Te he dejado las llaves en la cama, te puedes quedar aquí para siempre si tú quieres. Pero Carlos no dijo nada: le habían comido los pimientos la lengua.

Antes de salir, el Charly se pausó para oler la mezcla del tomate, el pepino, los pimientos y el ajo. Era gazpacho: su favorito. Podría quedarse una noche más: tratar de recapacitar lo de derrumbar tres largos años de relación; pero las manos le comían más que el estomago: le comían abrir el pomo de la puerta y salir de ahí de la misma manera en la que decidió hacerlo: súbitamente, sin al parecer ninguna causa. Miró por última vez hacía la mesita y hacía Carlos y no dijo nada, nada más salió y lo dejó.

Entonces, Carlos al oír el sordo sonido de la puerta, alargó la mano para sacar sorpresivamente de la bolsa de mandado, dos grandes cebollas blancas.

¡Cha cha chan!

Y se puso a cortar las cebollas:

El cuchillo la atravesaba por la mitad, y la hacía pedazos.

Mientras cortaba las cebollas, Carlos, se puso a llorar.

Ay esta cebolla de puta, se dijo, y se limpió con un trapo amarillo.

 

A.L

jueves, 28 de mayo de 2015

Los compañeros perfectos. Mudanzas.

Luego después de que Carlos dejó la casa, luego después de que fue recogiendo sus cosas paulatinamente: de cajas en cajas: unos días se encontraba con la casa sola, y otras, cuando el Charly estaba ahí; éste se sentaba en el sillón de su propiedad y jugaba con una pelota de espuma, mientras miraba como Gostavo, Archivaldo y Leocadio ayudaban a la mudanza de Carlos.

A veces, miraba de reojo hacía el cuarto, no para ver que se fueran a robar algo que no fuera de él; sino para imaginar que Carlos regresaría corriendo y le dijera que todo era una broma; una broma de muy mal gusto. Pero cuando se dio cuenta que ya solo había quedado la casa con sus cosas: pocas cosas: cosas de cuando aún vivía con sus padres.

Regresaba del trabajo, y unas veces más, anunciaba su ya clásico, ya llegué chaparro, pero el chaparro ya se había dado a la huida con todo y sus ocho cajas de libros, tres muebles de madera que el mismo pintó, docenas de cuadros y fotografías enmarcadas, una caja llena de peluches, la tetera vintage, su colección de monitos de goma, sus libretas y su ropa.
La casa ya perdía periódicamente su olor a canela, albahaca, tomillo y sudor.

En la cocina halló una nota escrita en un pedazo de papel; papel que cogió y antes de leerlo, lo olió. Alcanfor.
Se sentó para poder darse comodidad de leer cada una de sus palabras cursivas; siempre había detestado su caligrafía de doctor, pero esta vez, la añoraba, se le retorcía el estomago de solo ver las retorcidas palabras. Carlos le había escrito una última nota.

Querido Carlos (Porque también se llamaba así) la siguiente semana salgo a Barcelona, la mudanza tendrá que esperar. Por favor, deja en un lugar a la vista, mi camiseta amarilla, porque sé que la escondiste para que yo te la pida…
Como veo que ya te sanaste del estomago dejé un toper con frijoles y huevo picado, cómelos para que pueda yo llevarme esos trastos.
Me llevaré el frigorífico porque me lo regalaste en el día de las madres.

Atentamente. El otro Carlos.

Y al final una firma espantosamente grande y la fecha.

El Charly ya extrañaba sus comidas raras: sus ejotes con soya, sus huevos con papa y berenjena…
Metió en el horno el plato y esperó a terminar los segundos, calentó tortillas de hace una semana, se sirvió agua de ciruela y se sentó a comer una comida rancia en la mesita para dos, que ya ahora se le comenzaba a hacer inmensamente grande.

Los frijoles ya estaban acedos, la tortilla dura, los huevos secos y el agua de sabor muy agria.
Ya extrañaba sus escándalos a media noche por decir que una rata se había metido a la cocina, porque el vecino había pisado su maceta de cempasúchil, porque le habían gritado enano por la calle, porque creía ver rostros en el techo cuando Charly se le encimaba para hacerle cosas… ya extrañaba su comida pésima, las lecturas de cuentos espantosos a las tres antes de meridiano, la abstinencia sexual, las uñas de sus pies que se le enterraban en los muslos.

El Chaly eructó en señal de que los frijoles ya le estaban cayendo mal, se levantó y fue a la cama; bajo el colchón sacó la camiseta amarilla de Carlos.

Se metió al baño, se sentó en el váter, y oliendo lo último que le quedaba de la mescla de mugre, canela y albahaca que siempre acompañaba a Carlos; el Charly de nuevo se puso a llorar y cagar.               

sábado, 16 de mayo de 2015

Con el mismo popote.

 

En el marco del día mundial de la lucha contra la homofobia, el Ornito-rrinco se pone de gala una vez más. Pero no para hablar de una manera graciosa o vulgar, sino para tocar un tema serio, se necesitan letras serias.

¡Al diablo las palabras pucha, culo… o verga! Esta vez no me las pondré en la boca.

Y como no hallo relato propio para hacerlo, os contaré uno ajeno.

Comer con el mismo popote.

Yo tenía un amigo; un pequeño ornitorrinco de apenas 16 años. Cuando decidió salir de su madriguera, lo quiso hacer a lo grande; y para antes de que se dieran cuenta, ya tenía más amigos “Rosas” de los que pueden imaginar.

Lo llenaron de cosas nuevas, de un nuevo que no tenía ni pies ni cabeza; más bien dicho, era como poner el ojo dentro de un gran caleidoscopio; pero lo que nunca imaginó, es que si lo percibía por un largo tiempo, le provocaría nauseas.

En ese entonces, conoció a Ángel, su primer amor: hermoso como una concha de mar y sexy como una oferta en la central; y el hecho de saber que los dos comían arroz, lo enloquecería, pensaba: ¿Y por qué no comer los dos con el mismo popote?

Lo que no sabía, era que entre los “rosas” se comían, una antropofagia debido al hambre provocada por los celos, las envidias, los miedos y claro está el odio hacía ellos mismos. ¿Cómo se puede ser homófobo siendo lo que son? Se preguntaba.

Se enteró muy tarde de que los “rosas” son igual o más homofóbicos que los “otros”; que también son machistas, clasistas, y con un rango de selectividad que va más allá de lo casual.

“Que si eres loca, eres pasiva; que si eres fea eres menos, que si eres gorda…que si no llevas acampanados con ajuste en las nalgas no estás a la moda…”

Todo eso los encerraba en un estereotipo que ellos mismos, condenaban.

¿Cómo era eso posible? ¿Por qué los “rosas” tienen que burlarse de los otros “rosas”? cuando ellos mismos realizan las mismas acciones que los condenados. ¿Por qué? ¿Doble moral? ¿Ceguera conveniente?

Tristemente igual conoció la marginación, la desilusión de saber que los ornitorrincos rosas, no se parecían en nada a los dibujitos de Ralf König, o los relatos de un servidor; no, todo era la vida misma, la vida gris y real de una sociedad llena de tantos miedos como cualquier humano.

Pasaron muchos años y mi amigo optó por permanecer neutral, por no formar parte de ese estereotipo, y de igual manera a RESPETAR a los que vivían en éste. Ahora apoya y respeta a todos; sean pasivas, activas, intermedias, tortillas, tlayudas y mallates.

Me dijo un día que el combatir la homofobia no solo era contra los ornitorrincos “azules”, sino también con ellos mismos.

Así que amigos; bugas, jotas, machorras, locas y transgénericos, no creemos un estigma en contra unos, más bien, hay que erradicarlo, dentro y fuera de uno mismo: ayudar, compartir y valorar, porque si aprendemos a ser más humanos e igualitarios incluso podemos erradicar el hambre, porque si el plato de arroz es basto, hasta dos pueden comer con el mismo popote.

Alfonzo Lacruz.

sábado, 9 de mayo de 2015

Mi mamá canta muy bonito.

Mis padres tienen carácter fuerte, cada uno se hace respetar en su ámbito de responsabilidades, en los casos en donde sus actividades se unen, en la mayoría de las veces concilian, pero cuando esto no sucede  el aire se enrarece y se pueden ver rayos, relámpagos y una que otra centella.
Como después de toda tormenta, cuando ésta termina el aire es más limpio, las hojas, flores y frutos de las plantas se fijan y brillan más. Las sonrisas se contagian. Hasta las cosas inanimadas cobran vida acercándonos a un ambiente fantástico y paradisiaco. En un pueblo esto es más visible, como nos sucedió el 13 de junio de 1964. Era aproximadamente el medio día, mi papá tenía escasos minutos de haber regresado, asoleado del campo. Mi mamá termina de cantar una canción la cual no identifico; en esos tiempos le gustaba cantar.
Deja la escoba donde siempre, pasa frente a nosotros, sin vernos, le dice a mi papá: Israel, atiza la lumbre para que se cueza el caldo mientras lavo la ropa.  Cuando termine de lavar comemos. Mi papá deshoja y yo desgrano maíz. Mi mamá le echa agua a la ropa colocada por ella misma en la batea que mi papá le labró en madera de huanacaste. A la ropa le unta jabón negro, la friega un poco. Cobijada por la sombra del árbol de almendra inicia una canción. Mi papá y yo la vemos desde el  corredor, él toma la mazorca, le hunde el deshojador, sus ojos brillan, sonríe, mira sin ver, escucha  atento no sé si a la canción o a  la voz. Ella canta, lava. A la ropa le machuca bolita, del gabazo de la bolita hace estropajo y la refriega en la ropa. Mi papá deshoja, avienta las mazorcas, algunas caen dentro de la vasija, dirige su vista a mi mamá o a otra parte sin mirar, yo desgrano, no veo dónde cae el maíz. Mi mamá canta. El corredor se puebla de gallinas, no cabe una más, el gallinero completo hace su agosto y nosotros embelesados...

Sé que los pollitos pío, las gallinas cacaraquean y los gallos cantan, pero no los oigo. Nuestros perros, Labis y Canica, echados contemplan. Mi mamá enjuaga, abre el papel estraza y esparce suavemente el añil en el agua donde está la ropa blanca, sus movimientos ahora son delicados, para mí que con el polvo azul recuerda a su pueblo, Niltepec. Ha pasado un poco más de una hora, ella ahora canta “por un caminito” de Leo Dan, no nos ve, exprime, sacude la ropa, la tiende y deja de cantar, mi papá despierta de su fascinación, recuesta la espalda en la silla. ¡Las gallinas, espanta las gallinas!, me dice. Corre al fogón a atizar la lumbre. El animalero sale volando en todas direcciones, él regresa, me dice al oído, ve a soplar la lumbre mientras la entretengo.

Mi mamá se seca las manos en el mandil, desde su sombra, antes de entrar al corredor nos dice: ¡Ya debe estar el caldo, ahorita comemos! mi papá y yo ampliamos la órbita de nuestros ojos e intercambiamos una sonrisa de complicidad.  

Ernesto Toledo Grapain

martes, 28 de abril de 2015

Iccas. I


Autor: NatVialen.

Me imagino caminando entre las nubes, de noche. Una noche de luna; caminando con una ropa blanca, cabello largo y suelto; lentamente, como si el tiempo, fuera inexistente. Camino, a mi lado Iccas en su forma grotesca, me cuida como siempre. La luna llena alumbra casi todo el cielo, pequeños hilos de briza lunar se extienden por todo el lugar y provocan que haga frío. Me detengo cuando parece que llego al borde de las nubes, porque más adelante se ponen delgadas, traslucidas, imposibles de pisar para Iccas, mas no para mí, pero yo no iría a un lugar al que no podría acompañarme él.

Pareciera que la luna comprende eso y se acerca hasta que puedo sentir su fría faz sobre mi rostro…a pesar de su belleza cálida, divina y milagrosa.
Siempre es un ser frío… sin sentido, la toco y me preparo para el dolor, robarle un poco de su polvo directamente con la mano, equivale a morir congelado, pero Iccas me sostiene y por eso la luna confidente de los amantes, no me lastima.
Despacio alejo la mano y suavemente la paso por mis labios, los cuales se entumecen al instante, mientras brillan de forma perceptible. Iccas cambia a su forma humana, suavemente me toma de las mano y me gira para que lo vea… sus ojos, grisáceos, me miran de manera cálida, con la mano que le queda libre toca mi mejilla y sujeta mi rostro acercándolo a él… un beso sella nuestro eterno pacto… un beso… frente a la mayor cómplice de los amantes.

Nos juramos todo ante esa luna y ella bendijo nuestra unión. Todos los seres naturales miran esto y lo aprueban; incluso los demás Raic.

Iccas extiende sus alas al momento que me abraza, cierro los ojos y aspiro el aroma de su pecho… soy suya y él es mío. Mi Iccas.
Mi amor diurno, nocturno, eterno…
Natvialen.

miércoles, 15 de abril de 2015

Era vestido de mujer.

 

“Chanclas, guaraches y sandalias: todo para la mujer fresca”.

Fue la primera de las señales que precederían a la catástrofe del fin y comienzo del mundo.

“Levántate, ponte los tacones y aplasta la tristeza”.

Leía sobre un cartelón de una tienda para ropa de mujer, de esa ropa económica pero de gusto exquisito: con trescientos conseguías dos mudas incluyendo accesorios de plástico del bueno.

“Ponte tanga”.

Otro anuncio y le pasaron cosas radicales por la cabella.
A unos pasos, un maniquí posando con una estática sonrisa decía.

“Nada como un Chanel para sentirse respetada”.

Entraron todas esas frases súbitamente. Como si fuera bombardeado por un estilo de vida que jamás había visto o imaginado…

Encendiendo la punta de dinamita comenzando la quemanzón y así la cuenta regresiva.

“Promesas: las mujeres tamos hechas de joyas, cremas y promesas”.

Y a cada paso se sentía menos real, menos humano, miserable, desfuerzado. Claro: sus pasos no producían en mismo magnetismo que si llevara un par de tacones altos.

Se miró en el reflejo de uno de los tantos y tantos escaparates. Blandengue, piltrafo, micerablo: nada de nada.

Desesperado, captó otra señal que le decía.

“Una como mujer tiene dos cosas que la distinguen de otras mujeres: los sentimientos y un buen lápiz labial”.

Volvió al reflejo. Miró sus pies, subió a las rodillas, tocó su pusilánime pito, subió hasta su rostro y dijo no.

Enloquecido. Ya embargado de esas palabras locas, maquilladas y perfumadas, trató de huir, pero al final de esa larga calle se toó con su demonio. Tentación de tentaciones: lo miró, se miraron. Y supieron que ya no había más camino por dónde escapar.

Y al verlo ahí: rojo, oscilando, con la parte de la falda semitableado, supo que sería para él.

Entró a la tienda desesperadamente, como si detrás suyo una parvada de cuervos amenazaran con sacarle los piojos.

Me lo llevo, dijo, sacó un billete de doscientos, le dieron cincuenta de cambio. Plástico o papel, preguntó la dependiente, no, me lo llevo puesto, dijo contestó; al momento en que cogía un par de tacones que ya de cerca le habían dicho. Llévanos, somos tuyos. Llegó al probador y ahí inició la metamorfosis:

La destrucción del universo y la reorganización de éste en base a las nuevas leyes que él implantaba.

Sintió que el cabello le crecía, se le teñía de rojo y se ondulaba, que los labios se le engrosaban; y que las pestañas y cejas dejaban de ser artilugios humanos, y todo lo mundano de él pasaba ser dotes de una Diosa…

Al salir a la calle, ya no era quien antes era. Artemio.

Sino era quien ahora era. Causando caos y destrucción a su paso. Era.

Avanzó con paso magno, rozando sus muslos con su vertiginoso vestido de chifón rojo.

Y antes de abandonar esa calle de tiendas de ropa y accesorios para mujer, miró un espectacular colgado de un edificio; donde, una hermosa mujer como él, posando con las manos en la cintura le decía.

“Si vez a un hombre vestido de mujer, no lo juzgues, no está loco… solo busca la perfección”.

A.L

sábado, 11 de abril de 2015

Todavía ayer. El secreto de la alquimia.

 

Se dieron cuenta de que todo ya se les había terminado cuando los dos permanecieron recostados en la cama: boca arriba, sin decirse ni una sola palabra y tratando de rosarse en lo más mínimo.

Nefasto estaba con las manos en la nuca, mientras Intransigente con las manos en el pecho.

Suspiro.

Uno de los dos suspiró: quién sabe quién. Pero el sonido que atravesó sus oídos incomodó a los dos.

Y ya las formas del techo no eran las mismas de antes, no, ya no: ya no eran las de siempre: los ladrillos rojos apilados unos sobre otros y embarrados por cemento ya no mostraban al caballo que se dibujaba con éstos.

Ahora parece un cocodrilo con el hocico abierto y amenazantes colmillos, Pensó Nefasto.

Ahora solo es un montón de ladrillos con cemento, pensó Intransigente.

Nefasto miró de reojo el hombro de su compañero y lo rosó con el suyo.

No me toques, dijo intransigente, Y Nefasto trató de abrazar su cuerpo con el suyo, justo en que Intransigente se abrazaba a sí mismo y se giraba.

Te he dicho que no me toques, te he dicho ya varias veces que siento que me llenas de un espeso lodo que apesta, caníbal, dijo.

Y Nefasto optó por volver a colocar sus manos en su nuca y bufar.

Oh cállate.

Y vio como una polilla se golpeaba contra la pared, a un lado de los ladrillos que ayer formaban un robusto árbol y que ahora eran un montón de culebras amarradas, unas con otras. La polilla cayó en el estomago desnudo de Nefasto: batió sus alas intentando levantarse, hasta que cayó en medio de los dos y se dio por vencida.

Irritado, Intransigente miraba hacía el muro, donde la cerrada puerta de madera mostraba una rajadura que ayer era un camino curveado con un final hacía una meseta café, y que ahora parecía un gigantesco alacrán que amenazaba con latigar su aguijón a quien intentara salir por la puerta sin decir algo antes.

A un lado, en la otra pared, un anuncio con letras rojas y negras decían HOY Y AHORA NO TENGO NADA MÁS QUE DECIRTE, PUES TODO LO QUE DIGA SERÁ USADO EN TU CONTRA. Ayer era QUIEN QUIERA QUE SEAS SIEMPRE HE CONFIADO EN LA BONDAD DE LOS DESCONOCIDOS.

La polilla se movió y chocó contra la espalda de Intransigente y arremetiendo contra ésta, sus alas se destrozaron. Intransigente la sacó y destrozándola con los dedos la lanzó contra el suelo.

Muchos años y sigues siendo una bestia disfrazada de cordero, condenó Nefasto, una bestia.

Intransigente tosió y rozó sus hombros con sus manos.

Oh muérete.

Nefasto flexionó las rodillas y apoyando su pie izquierdo en su muslo derecho, comenzó a arrancarse la uña del dedo gordo con la mano derecha. Rompió un lado, y con gran habilidad la jaló hasta arrancarla. La miró con cierta pereza, la olió, y luego se la llevó a la boca para masticarla, la metió en medio de sus dientes y sacó con ésta un poco de masilla.

Volteó hacía Intransigente y se la lanzó al cabello, llevó su mano hacía su cabello y se la quitó.

Intransigente se tocó la nuca y se volvió a Nefasto y se miraron irritados.

No pienso moverme, es mi colchón, dijo Nefasto.
La caja de la cama es mía.
Tengo tanto derecho de quejarme como tú.
Haz lo que quieras.
Siempre lo hago.

E intransigente le dio de nuevo la espalda.

Al fondo. Donde había un pilar adornado con las chaquetas de los dos, los gorros para el frío. El pilar se había transformado en un gigante de cuatro manos con el rostro deformado y una sonrisa espeluznante.

Intransigente se retorció, supo sus manos en puño cerca de su boca y girándose hacía Nefasto, lo volvió a ver.

Nefasto contemplaba su gran pie y se jalaba suavemente los vellos de éste: sonrió burlón.

Quieres que me largue y aún le temes al pilar. Y pasó sus dedos por en medio de los dedos del pie.

Intransigente miró el pie de nefasto por un momento. Antes, todavía ayer, hubiera cogido ese gran y varonil pie y meter sus dedos en medio de los dedos, rascar la planta y el tobillo; para más luego llevárselo a la boca: morder el dedo gordo, meter la lengua en medio de los dedos, y lamer los vellos del pie, hasta llegar a los muslos de Nefasto. Pero hoy ya eso le parecía repugnante. Intransigente hizo un gesto de desagrado, se llevó el dedo a la nariz y la esculcó. Aspiró fuertemente y contempló irritado a Nefasto.

Eres un cerdo.

Mi cerdes nunca te pareció problema, es más, la adorabas de una manera repugnante.

El nunca se acabó.

Nefasto solo entrecerró los ojos y pegó su rostro a la otra pared. E Intransigente ya no pudo más, se le acabó la energía para continuar el show, se levantó de golpe por fin del colchón, se puso un short mientras avanzaba a la puerta de madera, dijo me largo a la cocina.

Pues lárgate, me quedo con el colchón.

Y si quieres puedes irte con esa puta, ya no me importa más.

Mañana cojo mis cosas y lo haré, respondió Nefasto sin mirar a Intransigente.

Pero. Antes de tocar el pomo de la puerta todo cambió por completo y de manera irreversible.

La transmutación para mal se desencadenó.

El alacrán comenzó a caminar por la puerta, haciendo retroceder a gritos a Intransigente, del techo, las culebras cayeron en el cuerpo de Nefasto, quien brincó apartándolas, la polilla y el pilar se volvieron dos demonios: rojos, cornudos, coludos y con trinche, la cama ardió en llamas y el cocodrilo abrió sus fauces, para dejar salir un chorro de agua lodosa y comenzar a inundarlo todo, deteriorarlo todo: desde la mesita, la ropa, las fotos…

Aterrados: Intransigente corrió a abrazar a Nefasto; y los dos se refugiaron en una esquina: horrorizados, mirando como todo lo que ellos habían construido juntos, se comprendía, se descomponía y se recomponía en un caos que los iba a destruir, para después consumirse él mismo.

 

A.L

lunes, 6 de abril de 2015

No me gusta el mole.

 

Cónico entró insonoro a la habitación y encendió la luz.

A cada paso, él sentía que arrastraba unas pesadas cadenas, cuyos eslabones le lastimaban los tobillos.

Llegó a la cama y con voz apagada dijo al momento en que golpeaba la nalga de Cúbico.

Ya llegué.

¿Sabes? No sé si es que últimamente llegas cansado de la oficina, o todavía tu mamá te hace ayudarla a pelar cebolla para los domingos de comida en familia; pero cada vez que vengo, siempre estás fuera de casa o durmiendo.

Caminó por la habitación y miró con aire desanimado la cama, el estante de juguetes, un librero polvoriento y el baúl al pie de la cama. Pasó el dedo por el lomó de los libros dejando una línea que se dibujaba al quitarse el polvo.

Dio un gesto de asco.

Mira nada más cómo tienes mis libros, me voy un rato y haces una sopa todo esto… qué horror de pintura pusiste a las paredes, ¿Por qué no dejaste mis dibujos en la pared? ¿Dónde están los cuadros que hice con acuarelas? ¿Y la foto de cuando estaba nene? Ah pero sí dejaste tu diploma, la foto de tu perro, y tu cordón umbilical que mandaste a enmarcar. Tiró varias fotos al suelo.

Con un gesto de asco quitó el cordón umbilical y lo tiró a un cesto de basura. En él, encontró una fotografía enmarcada donde Cónico y Cúbico están posando felices en un restaurant. Detrás de ellos estaba la botarga de un toro con una banderola que dice “Come la carne”.

Puf. Y de la única donde estamos los dos, tuviste que dejar donde me veo gordo… claro, como el niño se había recién afeitado y comprado una playera nueva, qué importa si el otro salía desaliñado, con barba de cuatro días y cachetón ¿No?

La contempló un largo rato. Incluso rozó con sus dedos su rostro y luego el de Cúbico. Sintió mitigar su dolor un poco. Hasta el rostro se le volvió melancólico. Rasguñó suavemente la fotografía y miró hacía Cúbico.

Torció la boca enfadadamente, y observó el techo mientras caminaba a la cama.

Con sus dedos tocó a pasos la cobija hasta llegar a los pies de Cúbico.

Antes de jalarlos miró ampliamente el gran cuadro arriba de la cama, cuadro que no había visto desde el inicio ya que se había centrado en solo ver por partes.

¿Qué adefesio es eso? De seguro la mierda de cuadritos que tu amigo manco pinta, si no tiene una mano dile que ni lo intente…

Oye ¿Y mis cajitas de zapatos que tenía en la esquina?

Abrió el cajón del buro de la derecha.

¿Dónde está mi inhalador? Ah, carajo, solo han pasado dos años y ya hasta tiraste mi colección de recortes de revistas… ¡pero qué rápido te olvidas de la gente!

Con ira jaló los pies de Cúbico, hasta medio zafarle la cobija que tenía casi amarrada al cuello. Y antes de que despabilara, Cónico salió de la habitación chingando madres.

Cúbico despertó y solo vio la luz encendida.

Se levantó a apagarla confusamente. Se juraba que antes de acostarse la había apagado.

Se rascó la nuca y se recostó boca arriba; esta vez no se cubrió por completo. Y en menos de lo que chilla un gato se volvió a dormir.

Abajo en la cocina, Cónico rezongaba.

… tampoco veo aquí mis tacitas de barro, ni el cuchillo que te reglé en navidad, es el colmo… al menos espero y me hallas hecho algo bueno para comer, no sabes el hambre que se pasa ahí.

Y con tono burlón añadió.

Que el espíritu se alimenta de paz, que aquí no hay de esas tiendas de pollo frito, ¿Sabes cuántas calorías tienen estas nubes? ¡Nada! Que la dieta disociada, que los de ahí abajo se mueren de hambre porque comen mal… ya me tienen hasta la madre esos angelitos chupacoños.

Por un momento se quedó callado observando la ofrenda que Cúbico le dejó.

Subió con pasos fuertes a la habitación.

¿Mole?

¿Mole?

Dándole suaves manotazos en los pies a Cúbico, con ritmo, recitó su queja.

Sabes qué no me gusta el mole, sabes que tenía gastritis. Luego los dedos se me llenan de manchan y “esos” andan como locos revisando a uno que no esté sucio; qué las manchas no son para uno, hay que estar siempre pulcro para cuando venga el jefazo a hacer inspección. Dos años ahí y la única vez que lo he visto fue cuando me dio un apretón de manos al entrar y me dijo: pásale mijo y dile a Pedro que te haga un chanse por ahí. Uy no, pero si les quieres decir algo o dar una opinión luego se ponen rojos como Diablos.

Se sentó en el filo de la cama y comenzó a comer el plato de mole con arroz y pollo sin mucha gana.

El mole ya esta frió, y el arroz le faltó cocerse ¿eh?

Masticaba.

Cuando veas a mi mamá dile que no se pueden dar plazas, dile también que tengo un mensaje de la abuela, cito: “Hija de la chingada, venme a ver, me tienes arrumbada como trapo viejo; tu papá está insoportable, te quiero mija”.

Se levantó y fue hacía un mueble con espejo.

Con la lengua escudriñó un pedazo de pollo que se le quedó entre dos muelas. Al no poder sacarlo, metió su dedo y palanqueó.

Miró su reflejo en el espejo.

Ahí fue donde vio todas sus cosas colocadas en el mueble: sus lentes de sol, su inhalador, dos fotos de ellos dos: una de cuando Cúbico cargaba las cajas de mudanza mientras sonreía a la cámara, y la otra en el hospital, donde celebraron su último cumpleaños. Miró los boletos de la primera vez que fueron al cine:

“¡Ay Ornitorrinco, no te rajes!” La recuerdo como si hubiera sido ayer: que quedaste dormido a la mitad, y yo te metí mano para que despertaras... ahí fue donde nos enamoramos.

Abrió los cajones y encontró sus camisetas con las que se ejercitaba, su sueter rojo con la cara de un pato en medio, una muslera. Y hasta el fondo, muchas cartas que prefirió no tocar. Ya sabía qué decían.

Dejó el plato vacio en el mueble y sacó el sueter rojo.

Regresó a la cama y se sentó cerca del rostro de Cúbico, solo para contemplarlo largamente. Pasó su mano sobre su rostro. Los dos se estremecieron.

Vio la hora en el reloj del buro y se levantó lentamente. Se rascó la barba y se amarró el sueter a la cintura.

Ya me creció el cabello, ya no toso tanto; solo cuando los de abajo lanzan su azufre nomás para chingar; extraño oír tus quejas cuando íbamos al futbol y tu aliento a oxido al despertar.

Se abalanzó hacía la puerta y apagó la luz.

Antes de salir contempló por última vez a Cúbico.

Nos vemos el próximo año corazón. Y salió cerrando la puerta.

Cúbico ya no sentía ese frío de hace un rato, suspiró entre el sueño. Y antes de cambiar de posición, Cónico regresó corriendo a jalarle los pies.

¡Pero para la próxima no me dejes mole!

Cúbico despertó horrorizado.

Se agarró los pies y los notó fríos. Encendió la luz y vio pronto el mueble abierto, el plato vacio, las fotografías en el suelo y sobre donde estaba su umbilical: la foto de ellos dos. Sonrió.

Apagó la luz. Y antes de perderse en el sueño de nuevo, susurró:

Hasta el próximo año corazón.

 

A.L

sábado, 7 de marzo de 2015

Bajan, por favor.

 

Qué es lo único que queda de esta noche.
Esta noche.
Solo esta.
Sí, lo único que nos queda.

Los dos se besaron lentamente mientras uno le sembraba una mano en la mejilla.

T, se apartó, pegó su boca en la mejilla de O y se pausó por un lapso desconocido, y T se dejó transformarse en un objeto donde O solo podía poner su boca, sobre su afeitada mejilla.

Y qué pasará luego de esta noche.
Saber.
Y qué pasará si no hay más.
Pues no podremos hacer más.
¿No?
No se puede pelear contra fuerzas que uno no ve y no sabe cómo se mueven…
Deja de decir estupideces.
Sí.
Bésame.
Bésame tú.

Y al mirarse a los ojos, parsimoniosamente juntaron sus labios y se besaron con toda la tranquilidad que un microbús pueda ofrecer justo antes de que T haya bajado y desaparecido tras la puerta hidráulica y dejar solo a O junto a esa escasa gente que cobró vida luego de esos escasos segundos en que el mundo les valía una reverenda pisca de sal.

A.L

domingo, 1 de marzo de 2015

Entre amigos. El bum de un destello.



Carlos miró sus manos llenas de papeles.
De papeles que olían a manos de gente de quién sabe dónde, que olían a sangre. Papeles recortados, arrugados, pegados, remendados, sudados. Con la cara de no sé quién puta madre hombre muerto en guerra. Solo papeles.
Miró sus manos llenas de esos papeles.
Volvió el rostro hacía Gostavo Robles.
¿De verdad?
Sí.
Palpó, jugó, olió y contó cada uno de ellos con un asombro solo comparado al de los niños cuando experimentan la primera vez que ven algo flotando sobre el cielo.
Gostavo Robles se levantó llevándose el cenicero con la mano izquierda y continuó hablando mientras iba hacía la cocina a por una lata de algo: una de esas de color verde donde el rostro de una chica está sonriendo mientras letras estrambóticas rodean toda la circunferencia de ésta.
Ahí los tienes: todos los hemos juntado, cada uno de nosotros: desde el que te odia por haber tenido algo, hasta aquella que te detesta por haberlo dejado ir…
Y su voz se perdió en el sonido de sus pasos toscos hasta llegar a la silla; y volviéndose a sentar frente de él continuó.
Solo hazlo, hazlo antes de que ese “tarde” llegue y de verdad sea demasiado tarde. Y quemó la punta de un cigarro con otro cigarro casi acabado, soltó el humo y señaló a Carlos con un dedo.
Qué más falta.
Tengo miedo, pensó Carlos en voz alta y lo miró revolverse y perderse por entre las hileras de humo que se iban inflamando y luego desapareciendo para luego dejar ver el rostro cansado de Gostavo Robles Toledo. Tengo miedo de que ya sea demasiado tarde, y que cuando llegue ya solo quede… y en ese momento Carlos tragó saliva y le costó sacar las siguientes palabras de su garganta…una nada del todo por lo que había peleado.
Gostavo golpeó la mesa con la mano y el cenicero parecía ya volar y dejar caer en el rostro de Carlos las cenizas y colillas de cigarros, pero éste fue detenido por la gravedad y tan solo se elevó unos escasos milímetros y cayó. Miró fijamente a Carlos y luego sonrió, sonrió burlosamente y se hizo a un lado, reclinándose sobre la silla y bufó también con cierta burla. Dónde está ese hijo-puta que conocí en la facultad, replicó Hermes Gostavo Robles Toledo.
Hazlo, dijo nuevamente; y nuevamente fumó su cigarro y dejó escapar el humo.
En ese instante, justo en ese preciso momento, a Carlos se le prendió en los ojos una chispa de algo: algo de algo que comenzó a combustionar dentro de él: algo cuyos engranes no se habían movido durante un rato y que comenzaban a girar haciendo crac crac y sacando chispas: pensó: reaccionó: la habitación se iluminó y todos los electrodomésticos que se encontraban apagados comenzaron a moverse como si tuvieran vida: La licuadora comenzó a girar las aspas y el microondas activó su opción “descongelar pescado”. También una vieja plancha vintaje que fungía como adorno comenzó a calentar, justo en el momento en que Carlos (por una centésima de segundo) chispó. Y luego todo se apagó.
Gostavo se quedó completamente paralizado en la silla y miró con cierta parsimonia confusa a su alrededor, después su cigarro, al cual arrojó con espanto. Soltó el aire y sonrió hacía Carlos.
Carlos lo miró y también sonrió. Se levantó bruscamente, guardo los billetes en su bolsa, Gostavo lo miró desde si silla y buscó su cajetilla de cigarros: sacó uno y tanteó la mesa en busca del encendedor sin dejar la mirada a Carlos. Entonces, Carlos acercó su mano a la boca de Gostavo y al tronar de sus dedos, una llama pura y fina despertó de entre éstos y encendió su cigarro. Luego con un rápido movimiento de muñeca difuminó la llama en el aire.
Lo haré, dijo Carlos.
Gostavo Apartó al cigarro de su boca y con rostro de asombro miró por todos lados. Dijo con mayor asombro sí, un sí que hizo también con movimientos de cabeza. Sí, lo harás.
Carlos corrió al cuarto donde escondía sus cosas y recogió una mochila que desde el inicio ya estaba preparada: desde que entró a la casa de Gostavo. La tomó y se la llevó a los hombros. Gostavo continuaba fumando en la silla, y ahora miraba una fabulosa fotografía de donde él y Carlos aparecían de jóvenes: Gostavo con un overol de mezclilla y las manos llenas de pintura, y Carlos con un par de lentes de acetato gigantescos, una larga playera con el rostro borroso de kalho, y también con las manos llenas de pintura, detrás de ellos: el primer y único trabajo que realizaron juntos.
Se recargó en la silla y la contempló hasta que Carlos apareció y la cogió rápidamente, me la llevaré como recuerdo de recuerdo, como recuerdo de que nada es para siempre y todo puede suceder. Gostavo solo pudo decir rodeado de esa capa protectora de humo blanco: ve por tu hombre muchachote. Y antes de salir por la puerta, Carlos guiñó el ojo derecho, y el fabuloso destello de energía, de nuevo activó todo por un segundo; incluso las luces parpadearon con fuerza y un temblor de sorpresa invadió a Gostavo por un instante.
Y Carlos desapareció por la puerta.
Daniela José entró confundida súbitamente por la puerta de donde salió Carlos, y preguntó a dónde va Carlos, Gostavo peló una sonrisa y dijo, va a recuperar al hombre de su vida.
Oh, al fin lograste animarlo querido, y yo que había traído su platillo favorito.
Sí. Qué trajiste para la merienda ¿Remolachas con patatas?
Y Gostavo apagó el microondas locuaz y comenzó a hurgar la bosa de mandado que Daniela José apenas colocaba sobre la mesa de cocina.
A.L

jueves, 29 de enero de 2015

El taque de las hormigas.


No me di cuenta en qué momento apareció esa diminuta hormiga cerca de mi computador.
Leía un cuento sobre un sujeto que había perdido a su mujer; o más o menos eso trataba de hacer, pero de pronto me sentí perdido entre los “enrederos” personajes, la carencia de carácter que tiene un libro digital y la hormiga que, descaradamente caminaba con sus tantas patitas por el plástico del computador.
Subió por la espaciadora. Bajó. Subió por la eme y luego por la ele, la pe y luego regresó estúpidamente a la ele y al punto. Luego corrió como desquiciada hacia la eñe, el apostrofe, los corchetes el más menos y con un brinco casi olímpico llegó al Backspace. Pude haberla matado en ese instante, pero lo deje por la paz. Una insignificante hormiga no le hace daño a nadie, pensé. Regresé al cuento. Pero pronto pude ver que aquella desgraciada ya había bajado y ahora corría como demente por el escritorio. Se acercó a la sombra que daba mi taza leche. La contemplé por unos instantes más. Regresé a mi lectura. No me di cuenta, cuándo fue el preciso momento en que la hormiga subió por el vaso y parecía apropiarse de ella. Mi escritorio, mi leche, mi taza con letras “COFFEE COFFEE COFFEE” por todos lados. Me acerqué a ella suavemente y pude ver que ya estaba dentro, hurgando mi leche de soya. Movió sus antenitas de un lado a otro. y antes que se atreviera a probarla, la aplasté con mi dedo gordo. Acabado ese diminuto problema, proseguí a la lectura del cuento en el monitor: Personajes pendejos en situaciones pendejas. Antes de pasar al siguiente párrafo oh sorpresa mía: una segundera me espiaba detrás del monitor. La primera había dado la noticia: “Leche de soya. Repito. Leche de soya. En una taza café con letras COFFEE COFFEE COFFE por todos lados”. Quise matar a la nueva pero me di cuenta que no venía sola: era todo un grupo de reconocimiento liderada por aquella que me espiaba detrás del monitor. Mientras las demás daban vueltas esquizofrénicamente a su costado. Me alarmé por un instante pero luego acepte que sólo eran hormigas diminutas. Subieron a la taza fugazmente, dos de ellas investigaban la soya mientras dos más vigilaban. Una de ellas contemplaba el “COFFEE COFFEE COFFEE” por todos lados. Había quedado embellecida por ellas. Se fueron en un abrir y cerrar de mi mano. Me dispuse a tomar la leche. Y mientras miraba el monitor por en cima del borde de mis lentes, pude ver el horror de la organización animal. Detrás del vaso había más. La que me espiaba sólo era un señuelo para mí. No me di cuenta que del otro lado del monitor también comenzaba a formarse la guerrilla de hormigas. Bajé la tapa del computador con la boca abierta. La primera. Desgraciada. Fue ella la que dio aviso a las demás sobre la leche de soya. Se acercaron. Me acerqué. Venían por venganza, la soya y la taza café que decía “COFFE COFFE COFFE” por todos lados. Al diablo el cuento. Dejé la taza encima del computador. Me levanté y con la mano derecha me dispuse a abolir cualquier revolución en contra mía y mi taza de leche.
PLASH. Adiós. Sonreí victorioso mientras me limpiaba la mano de esos diminutos asaltantes. Me dirigí a beber triunfantemente mi deliciosa leche de soya, en mi hermosa taza café con el “COFFE COFFE COFFE” por todos lados. Malditas. Era una trampa. El verdadero ejecito ya se había apoderado de mi hermosa taza. Ay mi leche, ay mi taza. Pude contemplar la hecatombe que se acercaba: cientos de miles de hormigas desfilaba desde el techo, pasaba por detrás del computador y llegaba a mi taza de leche de soya. Pequeñísimas. Negras y unas con alitas. Unas se apoderaron del cable de alimentación del computador. Oh no. No había guardado unos textos para entregar el miércoles. Me tenían atrapado. Podían desconectarla y adiós trabajo. Me acerqué sigilosamente hacía el mouse y le di guardar. Ahora comenzaba la guerra. Tomé mi tenis del número cuatro y rápidamente salve mi secuestrada taza. Ellas atacaron, se lanzaron hacía a la taza, y las que estaban en ella subieron por mis manos. Lancé golpes de Converse contra la pared. Pero ahí me di cuenta que estaba perdido. Por mis pies descalzos la artillería terrestre ya invadía mis metatarsos y se camuflajeaba con mis vellos. Ay. La soya salió escurrida con los cadáveres de aquellas que chapotearon en el placer mi leche. La taza también voló. Se quebró en varios pedacitos derramando su blanca sangre. Su purísima sangre. Todos nos quedamos en silencio un momento. Su objetivo. El regalo que mi amado me había hecho la semana pasada. Ellas lamentaron por un instante la pérdida de sus compañeros. Desde la primera que descubrió el tesoro hasta las que habían muerto saboreando los placeres de mi taza. Ay mi leche, ay mi soya, mi taza, mi taza café que decía “COFFEE COFFEE COFFEE” por todos lados. La verdadera guerra había comenzado. Tomé mis tenis, mis sandalias y todo lo posiblemente arrojadizo y lo lancé en su contra. Ellas por su parte atacaron con todas su tropas, terrestres, aéreas, iban por sangre y sed de venganza al igual que yo.
Afuera. En la sala, no se oía la épica lucha.
Ataqué con todo lo que podía. Machaqué, aplasté, batí y revolví como un animal sediento de sangre. Me percate que ellas cada vez me superaban más por número. Ya poseían todo lo que les había arrojado. Malditas. Tuve que hacer maniobras de retirada y salir corriendo con el computador en mano. Sí. Había perdido una batalla, pero no la guerra. Me quedaba un as bajo la manga. El as que nunca me ha fallado. Mi torre de Babel, mi lanza de longimus: Llegué a la sala casi desnudo. En ella se oían explosiones, ametralladoras y quejidos de zombis por el Xbux.

Charly, Querido
Um.                                                                                              Tenemos que fumigar.

 

A.L